No tenía guayos ni dinero para comprarlos, hasta que su madre vendió el televisor de la familia. El sacrificio empezó a dar frutos rápidamente aunque la economía familiar no mejoraba mucho. Sami comenzó a jugar en clubes de su natal Kumasi, mientras trabajaba como lustrabotas para ganar dinero extra. Cazatalentos italianos lo vieron actuar y decidieron llevárselo al Torino, con apenas 15 años de edad.
Con la Selección Sub-17 de su país, Sami Kuffour fue campeón mundial en 1991, aunque el defensor lloró de tristeza por no poder jugar la final contra España. En 1993, Kuffour llegó al Bayern München, que lo cedió al Nüremberg para que obtuviera más experiencia. En 1996, con 20 años, retornó al club bávaro, ganando la Bundesliga en esa temporada.
En 1999 Kuffour estuvo presente en uno de los partidos más increíbles de la historia del fútbol moderno: Bayern München ganaba la final de a Champions League, por 1-0, pero en el último minuto el Manchester United marcaba dos goles. La imagen del defensor de Ghana, golpeando con su puño derecho el césped y, nuevamente dejando escapar algunas lágrimas, es recordada por miles de aficionados.
En ese 1999, y con sólo 23 años, se convirtió en el capitán del seleccionado absoluto ghanés. Samuel Osei Kuffour también tendría su revancha a nivel de clubes: en 2001 obtuvo con el Bayern la Champions League, venciendo al Valencia en penales y, con un gol suyo a Óscar Córdoba en tiempo extra le dio al equipo alemán la Intercontinental ante Boca Juniors.
Luego de 11 temporadas en la Bundesliga regresó a Italia, donde, desde el año pasado, se consolidó en la Roma.
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Tuesday, December 26, 2006
PERFILES MUNDIAL ALEMANIA 2006- Zinedine Zidane
Zizou
“Ríe como la Madre Teresa de Calcuta y mira como un asesino en serie”, fue como lo describió el cantante de rock Jean-Louis Murat. El mundo conoce su lado angelical pero pocos, antes del cabezazo a Materazzi, su fragmento demoníaco, ese que ha logrado eclipsar con base en nobles actitudes.
Su primer entrenador, Jean Varraud, debió esforzarse demasiado para conseguir que él no se peleara con todo aquel que lo provocaba. Del Cannes pasó al Bordeaux, donde adquirió su apodo de “Zizou”, el que reemplazó al familiar “Yaz”, rebautizo de sus hermanos. “Tú podías ver a un extraordinario jugador con un temperamento fuera de control”, relata su técnico en el Bordeaux, Rolland Courbis.
Esos dos años fueron un período de redirección no exitoso en un 100%. Su talento lo llevó a la Juventus en donde deslumbró con sus jugadas y la buena sociedad que conformó con Alessandro Del Piero. Pero Zinedine Zidane ofuscaba al Presidente Gianni Agnelli por sus acciones extrafutbolísticas: sus frecuentes visitas a clubes nocturnos de Turín; las mujeres y los carros le restaban concentración en sus primeros meses en la Vechia Signora.
En el Mundial de Francia en 1998 su expulsión contra Arabia Saudita, tras pizotear a Fuad Amín, fue tomada por algunos como su revancha ante los extremistas árabes. En sus inicios en Le Championat debió soportar a los miles de aficionados que le gritaban y a los jugadores que lo insultaban por su sangre argelina. Al Presidente Jean Marie Le Pen no le agrabada mucho la inclusión de hijos de inmigrantes en el seleccionado nacional de fútbol y que únicamente Zidane merecía estar ahí por ser el hijo de un harki. Esa palabra árabe hace referencia a los argelinos que lucharon a favor de Francia durante el estado colonial que sólo finalizó en 1962.
Al anotar dos goles en la final del Mundial ante Brasil les dedicó el título a su otra patria: “esto fue para todos los argelinos orgullosos de su bandera, para todos aquellos que han hecho sacrificios por su familia”. Y rompió su silencio: “Mi padre no es un harki. La única cosa que puedo decir es que él nunca peleó en contra de su país” y sobre su difícil condición económica en la infancia, en los suburbios de La Castellana de la deprimida Marsella, Zinedine Yazid Zidane ha sido claro: “Fui afortunado al crecer en una zona difícil. Allí aprendí no sólo de fútbol sino de la vida. Me crié con niños de distintas razas y familias pobres. El fútbol fue la parte fácil”.
Friday, December 22, 2006
PERFILES MUNDIAL ALEMANIA 2006- Ali Daei
Ali Daei
Su nombre empezó a ser conocido fuera de Asia cuando le anotó 4 goles a Corea y 8 a las Islas Maldivas. Su registro de 38 anotaciones en 56 juegos despertó la curiosidad de aficionados alrededor del mundo. ¿Quién era Ali Daei, el delantero que clasificó a Irán al Mundial Francia 98? El máximo goleador en partidos internacionales en 1996, según la Federación de Historia y Estadística, con 20 goles, dato que no tuvo la difusión que merecía.
Un ascenso meteórico marcó si carrera cuando llegaba a los 30 años. Luego de iniciar su trayecto en equipos de bajo nivel en la liga iraní llegó al Pirouzi, cumpliendo una aspiración que guardaba desde la niñez. Daei, en una escalada sin freno, fue llevado a la Bundesliga al Arminia Bielefeld, junto con su amigo Karim Bagheri: compañero de oraciones a Alá.
Franz Beckenbauer puso sobre la mesa cuatro millones de marcos alemanes para transferir a Daei al Bayern Manchen, cifra récord para un jugador asiático. Ali Daei fue el primer futbolista de ese continente en disputar un juego de la Champions League y, gracias a su caballerosidad fuera de las canchas y al carisma que cautivó a los alemanes, fue elegido por OPEL para grabar algunos comerciales de carros: dinero que donó a organizaciones de caridad.
Daei anotaba goles cada que era tenido en cuenta y eso no fue suficiente para que el Bayern lo valorara. Cansado de verse opacado por atacantes que no le superaban en méritos dicidió marcharse al Hertha Berlín. Sus más resonantes éxitos, vistiendo la camiseta de Irán, no dejaron de aparecer: en noviembre de 2003 convirtió su gol número 85 con la selección, superando el legendario húngaro Férenc Puskas. Un año más tarde, en noviembre de 2004, se erigió como el primer futbolista en anotar 100 goles con alguna selección nacional.
Ali Daei protagoniza un comercial de la UNICEF al lado de David Beckham y, en Alemania 2006, y con 37 años de edad, fue el capitán de su equipo en el Mundial.
Thursday, December 21, 2006
Pitazo final
Septiembre de 1998
La lluvia impedía que los jugadores del equipo local se movieran con normalidad. La delantera conformada por Blaimir Ambuila y Julio César Ararat había vulnerado en cuatro ocasiones la defensa del Atlético Nacional. El Huila ganaba 4-1 y hacía inminente la salida del técnico “Barrabás” Gómez.
La grama del Estadio Atanasio Girardot sufría el trajín del torneo colombiano, la Copa Merconorte y del agua que bañaba a los futbolistas y aficionados. Tener la ropa mojada era repetir episodios de otros partidos pero aquel ambiente contenía elementos adicionales. Una derrota inesperada y la continua mirada de un hombre que volveríamos a ver más tarde se conjugaban.
Esa noche de septiembre de 1998 traía a mi memoria el enfrentamiento Nacional contra Peñarol de Uruguay, que me había generado una fuerte resfriado, sólo curado con siete inyecciones de Benzetacil. Más de 3 años después de ese 1995 mi sed de libertad recibiría una advertencia.
Héctor Alejandro se había marchado sin avisar cuando Huila anotó su tercer gol. Lo vi mover su mano en señal de decepción e irse sin decir ninguna palabra que lo confirmara. Wílmar y yo lo hicimos luego del cuarto. El único amigo de mi edad era Héctor, compañero del colegio. A mis 15 años era una costumbre asistir al estadio con amigos mayores, lo que me hacía sentir grande.
Nos despedimos de los amigos universitarios de José, quienes igualmente habían observado la victoria huilense. “Es la peor derrota que he visto en el Atanasio”, dije tras quitarme la pañoleta con el escudo de Nacional que había amarrado en mi cabeza. Salimos de aquella tribuna Oriental, de la barra Escándalo Verde, donde íbamos cada que nuestro equipo preferido actuaba en condición de local.
Esta vez no pagamos la entrada pero nos saldría más costosa que los demás días. Quienes habíamos asistido al partido Nacional- Alianza Lima de Perú, por la Copa Merconorte, teníamos el derecho de entrar gratis, presentando la contraseña de la boleta. José miró su costoso reloj y dijo “está temprano, vámonos caminando”. Pese a que eran las 10:30 de una lluviosa noche Wílmar y yo no teníamos intención de sugerir otra alternativa.
Anduvimos por la canalización recordando cada gol en contra. Nuestra conversación no haría retroceder el tiempo pero jugábamos a ser el técnico, cómo actuarían nuestros dirigidos, hasta que alguien detuvo a Wílmar por la espalda. “¡Qué hubo parcero!”, dijo Wílmar, como si se tratara de un amigo suyo. José y yo nos miramos desconcertados pues a quien Wílmar saludaba era al hombre que nos miraba sospechosamente en el estadio.
“¿Ustedes saben quién es Chuky?”, preguntó el desconocido. “Pues soy yo”, dijo con orgullo, tras responderle en forma negativa. La charla con “Chuky” se extendió medio hora, con preguntas increíbles como quiénes habían jugado, luego de haber presenciado el partido.
“Yo no los voy a atracar. Ustedes miraron muy feo a un parcero mío y él me dijo: saque el fierro y los quiebra. Pero a mí me gusta arreglar las cosas hablando. Si ustedes me dan plata para las balas yo no les hago nada. Los parceros están entre estas dos cuadras y si yo alzo las manos ellos vienen y los quiebran”, afirmó señalando una supuesta arma, que nunca enseñó. "Acá tengo lo mío".
“Parcero, saque las manos que yo no sé quién es usted”, me ordenó temiendo que tuviera algún objeto peligroso en mi chaqueta, pero yo sólo tenía frío. Wílmar y José eran más altos y fuertes que yo en aquella época y no entendía su nerviosismo. Yo únicamente poseía lo suficiente para pagar una carrera mínima en taxi y estaba más tranquilo que ellos.
Mientras mis amigos hacían señas ignoradas por quienes pasaban por esa oscura zona cercana al estadio yo buscaba con la mirada la mencionada arma de Chuky. “Miren para allá y váyanse sin voltear”, mandó Chuky tras quitarnos las pertenencias. José perdió su reloj y Wílmar todo el dinero repartido entre sus bolsillos y billetera.
Ya ninguno hablaba de la fiesta de Ararat y Ambuila. Luego de caminar dos cuadras tomamos un taxi que ya tenía pasajero y se trataba de un agente de la policía. Nunca supimos por qué el taxista decidió llevarnos y el policía no se negó. Seguramente percibieron que algo nos había pasado. “Nos atracó sin armas, un hombre contra tres, ¿por qué no le pegamos?”, me recriminaba en el camino hacia la casa.
“Esa banda funciona en este sector”, explicó el insólito compañero de retorno. Chuky nos había devuelto 2000 pesos, luego de que Wílmar le pidiera dinero para el pasaje. Ladrón que devuelve parte de lo robado, policía que no hace nada por castigar un delito, ladrón que nos roba con palabras, tres contra uno, muchas cosas en mi mente para una sola hora.
Llegamos al edificio, donde vivíamos los tres, y pensé no decirle nada a mi madre. Sabía de su cantaleta de ¿cuántas veces te he dicho que no te vengás a pie?, entonces preferí contarle a mi abuela. “Diego, te voy a decir algo que no habíamos querido –afirmó, como si un atraco se diera muy a menudo-: "antier mataron a Piedrahíta". Ahí sí entendí por qué lo de mi suceso no la había impactado.
Ya no hablaba con Juan Carlos Piedrahíta pero parte de mi infancia la había pasado con él. Jugar Family y con bolas de cristal ya no era su pasatiempo y tampoco el mío. Sus nuevos amigos preferían fumar marihuana y él también lo hacía con frecuencia. Aunque en ese momento no lo consideraba mi amigo me parecía absurdo que alguien muriera a los 19 años.
Esa noche la pasé en la cama de mi mamá, sin poder dormir. Me sentí más niño de lo que pensaba. El miedo y el impacto de los acontecimientos vividos ese día me hicieron llorar luego de cuatro años, cuando Andrés Escobar había sido asesinado. Al siguiente día, a nadie le hablé en el colegio del 4-1 de Huila a Nacional. Héctor Alejandro no creía que su rabia por el tercer gol lo había salvado del atraco sin armas.
La lluvia impedía que los jugadores del equipo local se movieran con normalidad. La delantera conformada por Blaimir Ambuila y Julio César Ararat había vulnerado en cuatro ocasiones la defensa del Atlético Nacional. El Huila ganaba 4-1 y hacía inminente la salida del técnico “Barrabás” Gómez.
La grama del Estadio Atanasio Girardot sufría el trajín del torneo colombiano, la Copa Merconorte y del agua que bañaba a los futbolistas y aficionados. Tener la ropa mojada era repetir episodios de otros partidos pero aquel ambiente contenía elementos adicionales. Una derrota inesperada y la continua mirada de un hombre que volveríamos a ver más tarde se conjugaban.
Esa noche de septiembre de 1998 traía a mi memoria el enfrentamiento Nacional contra Peñarol de Uruguay, que me había generado una fuerte resfriado, sólo curado con siete inyecciones de Benzetacil. Más de 3 años después de ese 1995 mi sed de libertad recibiría una advertencia.
Héctor Alejandro se había marchado sin avisar cuando Huila anotó su tercer gol. Lo vi mover su mano en señal de decepción e irse sin decir ninguna palabra que lo confirmara. Wílmar y yo lo hicimos luego del cuarto. El único amigo de mi edad era Héctor, compañero del colegio. A mis 15 años era una costumbre asistir al estadio con amigos mayores, lo que me hacía sentir grande.
Nos despedimos de los amigos universitarios de José, quienes igualmente habían observado la victoria huilense. “Es la peor derrota que he visto en el Atanasio”, dije tras quitarme la pañoleta con el escudo de Nacional que había amarrado en mi cabeza. Salimos de aquella tribuna Oriental, de la barra Escándalo Verde, donde íbamos cada que nuestro equipo preferido actuaba en condición de local.
Esta vez no pagamos la entrada pero nos saldría más costosa que los demás días. Quienes habíamos asistido al partido Nacional- Alianza Lima de Perú, por la Copa Merconorte, teníamos el derecho de entrar gratis, presentando la contraseña de la boleta. José miró su costoso reloj y dijo “está temprano, vámonos caminando”. Pese a que eran las 10:30 de una lluviosa noche Wílmar y yo no teníamos intención de sugerir otra alternativa.
Anduvimos por la canalización recordando cada gol en contra. Nuestra conversación no haría retroceder el tiempo pero jugábamos a ser el técnico, cómo actuarían nuestros dirigidos, hasta que alguien detuvo a Wílmar por la espalda. “¡Qué hubo parcero!”, dijo Wílmar, como si se tratara de un amigo suyo. José y yo nos miramos desconcertados pues a quien Wílmar saludaba era al hombre que nos miraba sospechosamente en el estadio.
“¿Ustedes saben quién es Chuky?”, preguntó el desconocido. “Pues soy yo”, dijo con orgullo, tras responderle en forma negativa. La charla con “Chuky” se extendió medio hora, con preguntas increíbles como quiénes habían jugado, luego de haber presenciado el partido.
“Yo no los voy a atracar. Ustedes miraron muy feo a un parcero mío y él me dijo: saque el fierro y los quiebra. Pero a mí me gusta arreglar las cosas hablando. Si ustedes me dan plata para las balas yo no les hago nada. Los parceros están entre estas dos cuadras y si yo alzo las manos ellos vienen y los quiebran”, afirmó señalando una supuesta arma, que nunca enseñó. "Acá tengo lo mío".
“Parcero, saque las manos que yo no sé quién es usted”, me ordenó temiendo que tuviera algún objeto peligroso en mi chaqueta, pero yo sólo tenía frío. Wílmar y José eran más altos y fuertes que yo en aquella época y no entendía su nerviosismo. Yo únicamente poseía lo suficiente para pagar una carrera mínima en taxi y estaba más tranquilo que ellos.
Mientras mis amigos hacían señas ignoradas por quienes pasaban por esa oscura zona cercana al estadio yo buscaba con la mirada la mencionada arma de Chuky. “Miren para allá y váyanse sin voltear”, mandó Chuky tras quitarnos las pertenencias. José perdió su reloj y Wílmar todo el dinero repartido entre sus bolsillos y billetera.
Ya ninguno hablaba de la fiesta de Ararat y Ambuila. Luego de caminar dos cuadras tomamos un taxi que ya tenía pasajero y se trataba de un agente de la policía. Nunca supimos por qué el taxista decidió llevarnos y el policía no se negó. Seguramente percibieron que algo nos había pasado. “Nos atracó sin armas, un hombre contra tres, ¿por qué no le pegamos?”, me recriminaba en el camino hacia la casa.
“Esa banda funciona en este sector”, explicó el insólito compañero de retorno. Chuky nos había devuelto 2000 pesos, luego de que Wílmar le pidiera dinero para el pasaje. Ladrón que devuelve parte de lo robado, policía que no hace nada por castigar un delito, ladrón que nos roba con palabras, tres contra uno, muchas cosas en mi mente para una sola hora.
Llegamos al edificio, donde vivíamos los tres, y pensé no decirle nada a mi madre. Sabía de su cantaleta de ¿cuántas veces te he dicho que no te vengás a pie?, entonces preferí contarle a mi abuela. “Diego, te voy a decir algo que no habíamos querido –afirmó, como si un atraco se diera muy a menudo-: "antier mataron a Piedrahíta". Ahí sí entendí por qué lo de mi suceso no la había impactado.
Ya no hablaba con Juan Carlos Piedrahíta pero parte de mi infancia la había pasado con él. Jugar Family y con bolas de cristal ya no era su pasatiempo y tampoco el mío. Sus nuevos amigos preferían fumar marihuana y él también lo hacía con frecuencia. Aunque en ese momento no lo consideraba mi amigo me parecía absurdo que alguien muriera a los 19 años.
Esa noche la pasé en la cama de mi mamá, sin poder dormir. Me sentí más niño de lo que pensaba. El miedo y el impacto de los acontecimientos vividos ese día me hicieron llorar luego de cuatro años, cuando Andrés Escobar había sido asesinado. Al siguiente día, a nadie le hablé en el colegio del 4-1 de Huila a Nacional. Héctor Alejandro no creía que su rabia por el tercer gol lo había salvado del atraco sin armas.
Wednesday, December 20, 2006
Eduardo Esidio
Aparentemente su condición física era envidiable. La velocidad que había exhibido en el fútbol de Brasil era el mejor referente de su energía y vitalidad. Aventajaba a sus compañeros en las pruebas de resistencia y potencia y sus actuaciones en el Alcides Vigo, un equipo de media tabla hacia abajo en el torneo peruano, convencieron a los directivos de Universitario de Deportes de contratarlo.
Ni él mismo sabía que estaba enfermo. Y, por más paradójico que parezca, su vida, personal y futbolística, mejoró desde que le dijeron que no era sano. En la pretemporada con los cremas de Perú los exámenes médicos lo confirmaron: era portador del virus del SIDA. En el club querían manejar con hermetismo la situación: el jugador volvió a su natal Brasil, con la versión de que no había pasado las pruebas físicas, sin especificar su mal, pero alguien rompió la confidencialidad.
En los medios de comunicación se publicó y el escándalo llegó: Eduardo Esidio es VIH positivo. Ante la presión, Universitario aceptó al futbolista y la opinión de los médicos del club cambió: “mientras esté saludable no tendrá problemas en la parte física y las posibilidades de contagio por contacto son casi nulas”.
La FIFA lo autorizó a seguir jugando y Esidio no decepcionó: con sus goles ayudó a la U a ganar tres campeonatos peruanos. En aquel 1998 el humorista Ernesto Pimentel, conocido como “La chola chabuca”, impulsado por el caso Esidio, se animó a divulgar que también era portador del virus. No muy querido por su técnico Oswaldo Piazza, Eduardo Esidio batiría varios records en Perú (máximo goleador extranjero, máximo goleador de Universitario y, en 2002, segundo máximo goleador del mundo, después de Jardel).
“Acepté a Dios como mi único salvador. Cuando hago un gol se lo dedico a Él. Es un mensaje para el público: yo tuve contacto con Dios y mi enfermedad me impulsó a la victoria”.
Monday, December 18, 2006
Otilino Tenorio
El año pasado veía cerca su sueño de jugar un Mundial pero la muerte se lo impidió. En 1990, cuando tenía 10 años, admiraba a Sergio Goycochea y quería ser el mejor arquero de su país. Sus condiciones como definidor y su baja estatura fueron factores que lo llevaron a ser atacante.
Muchos lo comparaban con Mike Tyson, por su corpulencia y su rostro de facciones bruscas, pero se hizo famoso como El hombre araña, luego de patentar una curiosa forma de celebrar sus anotaciones. En el año 2002, con 22 años, fue convocado por primera vez a la selección ecuatoriana. Bolillo Gómez sorprendió con su llamado y el de Johnny Baldeón, quienes eran las mayores novedades en su lista.
Otilino Tenorio le dio como regalo a su hijo Jordy una máscara, la tomó prestada para dedicarle un gol y jamás se la devolvió. Defendiendo al equipo eléctrico, el Emelec, convirtió a la máscara en parte de su identidad.
El 1° de enero de 1980 nació el sexto hijo de Víctor Tenorio. Como homenaje a su abuelo materno lo quería llamar Otelino pero en el Registro Civil de Guayas lo anotaron con “i”: se llamó Otilino. En honor al jugador brasilero Giorgino, Víctor quería que ese fuera su segundo nombre pero el registrador no lo aceptó y le dijo: “póngale sólo George”. Otilino George Tenorio Bastidas, el hermano de Gina, Ayinson, Freddy, Loresley, Érika y Rosa, murió en mayo de 2005, con 25 años y luego de tres matrimonios, dejando huérfanos a tres hijos.
Previo al Día de la madre, Otilino se subió a su Skoda Fabia y se despidió de Blanca, su tercera esposa. El primero en enterarse del accidente fue el también futbolista ecuatoriano Augusto Poroso. Cuando su teléfono sonó y vio en la pantalla el nombre de Otilino Tenorio, lo primero que dijo fue “¿cómo estás barrigón?” Del otro lado de la línea le habló un policía de tránsito, quien le dio la noticia. Poroso, quien estaba concentrado en un hotel para el partido Barcelona- Liga de Loja, se quedó cortó de palabras y sólo pudo decirle a Marlon Ayoví, su compañero de cuarto, “Spiderman murió: Otilino está muerto”.
Friday, November 10, 2006
Último amor inocente
¿Quién te gusta del salón? Pilar le preguntaba a Diego en clase de Educación Física. Él quería responderle que ella pero la conversación fue interrumpida. “Jóvenes: vamos a practicar pases en grupos de a tres personas”, dijo el profesor Juan Guillermo.
Sebastián Pérez tomó un balón de voleibol y se dirigió hacia el rincón del patio donde Pilar y Diego hablaban. “Muchachos: voy a practicar con ustedes”, expresó Sebastián. “Diego, te hice una pregunta”, recordó Pilar, ignorando la sugerencia de ensayar lo aprendido. “Después te cuento”, dijo Diego, tomando el balón que había llevado Sebastián.
¿Quién habrá mandado a preguntar?, pensaba Diego, mientras se pasaba el balón con Sebastián. “Sebas, ¿a vos quién te gusta del salón?” Pilar trasladó la pregunta a quien sería el líder de conquistas femeninas en la generación que ese 1995 iniciaba el bachillerato.
“Vos me gustás”, respondió con firmeza Sebastián. “¿Y a vos quién te gusta”, insistió Pilar en conocer la versión de Diego. “Me gusta Carolina y me gusta Diana…Ah, y vos también me gustás”, le respondió. “Pero no lo dijiste muy seguro”, replicó Pilar.
“Ustedes han hablado toda la clase. Diego: venga para el grupo de acá”, dijo el profesor, señalando a Juan Pablo, Daniel y Giovanny. La última clase de la tarde finalizó sin que Diego y Pilar concluyeran su conversación. Diego salió ese viernes hacia su casa, sin despedirse de su amiga.
En el camino pensaba en la insistencia de Pilar en saber quién le gustaba. Seguro que alguna le mandó a preguntar, especulaba, antes de que un compañero de salón lo llamara. “Diego, esperá”, René, el menos querido por los estudiantes de 6° H. “Estoy enamorado”, le dijo sin hacer algún preámbulo. “¿Y de quién?”, preguntó Diego. “De Pilar”, dijo René, con un brillo en los ojos que no lo dejaba mentir.
“La niña es bonita, pero tampoco e algo del otro mundo”, reflexionaba Diego. “Suerte, Diego”, se despedía René, antes de subirse al transporte escolar. Diego continuó su recorrido por la Carrera 84 de Medellín, hasta llegar a su casa. El lunes siguiente Diego y Pilar se volvieron a ver en el salón estaban enamorados de Pilar. Pero él no lo estaba.
Sin embargo, ese lunes Pilar y él chocaron tres veces la mirada. A sus 12 años, ella era consciente de que ejercía atracción en el sexo opuesto y no perdía oportunidad de observar quién sería el próximo en quedar “flechado”. En clase de Sociales, Pilar volteó tres veces hacia su lado derecho y, como giraba de forma rápida, Diego no pudo desviar su atención de ella.
La jornada de ese día transcurrió sin novedad hasta las 6:30 de la noche, hora de salida. A Diego le correspondía organizar las sillas del salón, dejando las filas ordenadas. Una labor que hubiera sido igual a la de los demás días de esa semana si no hubiera detallado una frase en la silla de Pilar: “Diego L., te amo”, decía en la silla número 24. El nombre y la inicial de su apellido escritos con las letras de Pilar aclaraban el deseo de saber si era correspondida.
No la había mandado nadie. Esa niña, la única del salón que tenía en su cintura y pecho las primeros señales de estar convirtiéndose en mujer, la de cara y cuerpo perfectos, estaba enamorada de Diego. O por los menos era lo que decía en su silla.
Esa noche Diego llamó Juan David a contarle su hallazgo. “Si vos no le mostraste interés el día que ella te preguntó, ya la perdiste con Sebastián”, le aseguró Juan David, atándose a los antecedentes y precedentes, que indicaban e indicarían que cuando a Sebastián le gustaba una niña, los demás se debían resignar a ver cómo suspiraban por él.
Diego pensó que Juan David tenía la razón al afirmar tajantemente que él no tenía opción con semejante competencia. El martes la clase era en el Planetario y Diego estaba convencido de que esa ocasión no sería desaprovechada por Sebastián. Lo que había leído el día anterior no era suficiente para llegar con seguridad a preguntarle a Pilar si era cierto.
Diego entró a buscar dónde sentarse. “Diego, vení para acá”, dijo Pilar, señalando un puesto vacío que guardaba para él. Lo saludó de pico, medio en la mejilla, medio en la boca y Diego presintió lo que pasaría el resto de la función.
Comparaciones entre la espiral de un caracol y las escalas de los palacios dormían al profesor de Sociales y a los alumnos. Más tarde, inició la proyección de la historia de las estrellas, conocida por los alumnos con anterioridad, pero que para Diego y Pilar tendrían un significado distinto a las explicaciones en un aula de clase.
Una imagen de muchas estrellas dio paso a una sola. “Diego, ¿has escuchado que cuando hay una sola estrella en el cielo uno puede pedir un deseo?”, dijo Pilar. “Quiero darle un beso a la niña más linda del salón”, le dijo Diego en secreto. “Es malo reprimir deseos”, dijo Pilar, antes de iniciar el intercambio de fluidos que se extendería hasta el final de la proyección.
Diego ya había besado a varias niñas, pero la sensación con la niña que todos deseaban era distinta. Pilar fue su novia hasta noviembre de ese 1995, cuando se despidieron, al terminar el año escolar. En 1996, María del Pilar Morales estaba en la lista de 7° H, el mismo grupo de Diego. Pero en su nombre decía que la matrícula había sido cancelada.
Pilar se fue a vivir al exterior y, 9 años después, Diego no la ha vuelto a ver. Él recuerda ese amor como la última relación inocente de su vida y se consuela ante la frase que le repite Sebastián: “fuiste el único del colegio que le dio un beso a Pilar”.
Sebastián Pérez tomó un balón de voleibol y se dirigió hacia el rincón del patio donde Pilar y Diego hablaban. “Muchachos: voy a practicar con ustedes”, expresó Sebastián. “Diego, te hice una pregunta”, recordó Pilar, ignorando la sugerencia de ensayar lo aprendido. “Después te cuento”, dijo Diego, tomando el balón que había llevado Sebastián.
¿Quién habrá mandado a preguntar?, pensaba Diego, mientras se pasaba el balón con Sebastián. “Sebas, ¿a vos quién te gusta del salón?” Pilar trasladó la pregunta a quien sería el líder de conquistas femeninas en la generación que ese 1995 iniciaba el bachillerato.
“Vos me gustás”, respondió con firmeza Sebastián. “¿Y a vos quién te gusta”, insistió Pilar en conocer la versión de Diego. “Me gusta Carolina y me gusta Diana…Ah, y vos también me gustás”, le respondió. “Pero no lo dijiste muy seguro”, replicó Pilar.
“Ustedes han hablado toda la clase. Diego: venga para el grupo de acá”, dijo el profesor, señalando a Juan Pablo, Daniel y Giovanny. La última clase de la tarde finalizó sin que Diego y Pilar concluyeran su conversación. Diego salió ese viernes hacia su casa, sin despedirse de su amiga.
En el camino pensaba en la insistencia de Pilar en saber quién le gustaba. Seguro que alguna le mandó a preguntar, especulaba, antes de que un compañero de salón lo llamara. “Diego, esperá”, René, el menos querido por los estudiantes de 6° H. “Estoy enamorado”, le dijo sin hacer algún preámbulo. “¿Y de quién?”, preguntó Diego. “De Pilar”, dijo René, con un brillo en los ojos que no lo dejaba mentir.
“La niña es bonita, pero tampoco e algo del otro mundo”, reflexionaba Diego. “Suerte, Diego”, se despedía René, antes de subirse al transporte escolar. Diego continuó su recorrido por la Carrera 84 de Medellín, hasta llegar a su casa. El lunes siguiente Diego y Pilar se volvieron a ver en el salón estaban enamorados de Pilar. Pero él no lo estaba.
Sin embargo, ese lunes Pilar y él chocaron tres veces la mirada. A sus 12 años, ella era consciente de que ejercía atracción en el sexo opuesto y no perdía oportunidad de observar quién sería el próximo en quedar “flechado”. En clase de Sociales, Pilar volteó tres veces hacia su lado derecho y, como giraba de forma rápida, Diego no pudo desviar su atención de ella.
La jornada de ese día transcurrió sin novedad hasta las 6:30 de la noche, hora de salida. A Diego le correspondía organizar las sillas del salón, dejando las filas ordenadas. Una labor que hubiera sido igual a la de los demás días de esa semana si no hubiera detallado una frase en la silla de Pilar: “Diego L., te amo”, decía en la silla número 24. El nombre y la inicial de su apellido escritos con las letras de Pilar aclaraban el deseo de saber si era correspondida.
No la había mandado nadie. Esa niña, la única del salón que tenía en su cintura y pecho las primeros señales de estar convirtiéndose en mujer, la de cara y cuerpo perfectos, estaba enamorada de Diego. O por los menos era lo que decía en su silla.
Esa noche Diego llamó Juan David a contarle su hallazgo. “Si vos no le mostraste interés el día que ella te preguntó, ya la perdiste con Sebastián”, le aseguró Juan David, atándose a los antecedentes y precedentes, que indicaban e indicarían que cuando a Sebastián le gustaba una niña, los demás se debían resignar a ver cómo suspiraban por él.
Diego pensó que Juan David tenía la razón al afirmar tajantemente que él no tenía opción con semejante competencia. El martes la clase era en el Planetario y Diego estaba convencido de que esa ocasión no sería desaprovechada por Sebastián. Lo que había leído el día anterior no era suficiente para llegar con seguridad a preguntarle a Pilar si era cierto.
Diego entró a buscar dónde sentarse. “Diego, vení para acá”, dijo Pilar, señalando un puesto vacío que guardaba para él. Lo saludó de pico, medio en la mejilla, medio en la boca y Diego presintió lo que pasaría el resto de la función.
Comparaciones entre la espiral de un caracol y las escalas de los palacios dormían al profesor de Sociales y a los alumnos. Más tarde, inició la proyección de la historia de las estrellas, conocida por los alumnos con anterioridad, pero que para Diego y Pilar tendrían un significado distinto a las explicaciones en un aula de clase.
Una imagen de muchas estrellas dio paso a una sola. “Diego, ¿has escuchado que cuando hay una sola estrella en el cielo uno puede pedir un deseo?”, dijo Pilar. “Quiero darle un beso a la niña más linda del salón”, le dijo Diego en secreto. “Es malo reprimir deseos”, dijo Pilar, antes de iniciar el intercambio de fluidos que se extendería hasta el final de la proyección.
Diego ya había besado a varias niñas, pero la sensación con la niña que todos deseaban era distinta. Pilar fue su novia hasta noviembre de ese 1995, cuando se despidieron, al terminar el año escolar. En 1996, María del Pilar Morales estaba en la lista de 7° H, el mismo grupo de Diego. Pero en su nombre decía que la matrícula había sido cancelada.
Pilar se fue a vivir al exterior y, 9 años después, Diego no la ha vuelto a ver. Él recuerda ese amor como la última relación inocente de su vida y se consuela ante la frase que le repite Sebastián: “fuiste el único del colegio que le dio un beso a Pilar”.
Monday, October 23, 2006
Saturday, October 14, 2006
MI DAVID ARENAS
En Serbia le escondió la toalla al entrenador Alfonso Naranjo quien, en pleno baño público, debió salir desnudo para buscar con qué cubrirse. En ese mismo sitio le impactó ver a un ruso mojar sus manos, mojar sus pies, ir al lavamanos a mojarse la cara y salir como si hubiera quedado muy limpio: una especie de baño del gato.
Cuenta que recorrió París en bicicleta y que jugó en un museo su deporte favorito. Hace un año, David Arenas se consagró, con 13 años, como el Maestro Internacional más joven de la historia del ajedrez colombiano. En el Panamericano de Cali igualó en el primer lugar al vencer a su amigo Sebastián Marín y al campeón centroamericano.
A sus 14 años, recuerda que por saber mover el alfil y el caballo lo llevaron a un intercolegiado. Más adelante sabría que jugar es mucho más que mover caballos o peones. En ese torneo los 6 mejores recibirían clases con Jorge Mario Clavijo y David fue sexto. Ese fue el comienzo de su corta y exitosa carrera.
Ha actuado en campeonatos mundiales en Serbia y Francia, donde venció al campeón local, y en Argentina ha disputado el Sudamericano. No pudo estar en el Mundial de Turquía, porque no consiguió patrocinio para su tiquete aéreo.
El año pasado estuvo presente en la final del torneo del Área Metropolitana, todavía con la inquietud de si su performance correspondía a la maestría alcanzada. Algunos que dudaban de su fortaleza ajedrecística debieron reconocer su talento cuando derrotó en línea a los maestros Mauricio Ríos, Johan Echavarría, Mauricio Uribe, Jaime Cuartas y de que igualara con Nelson Gamboa. Perdió el invicto y liderato ante Sergio Barrientos, quien acababa de foguearse en el durísimo nivel europeo durante tres años.
David Arenas se declara hincha del Envigado. ¿Hincha del Envigado? “Sí, no me gustan los equipos grandes”, responde aunque su padre, fanático del Independiente Medellín, asegura que es más rojo que naranja. Su abuela, hincha de Nacional, y su padre, afiebrado seguidor del Poderoso, querían que fuera de sus respectivos equipos pero no han podido evitar que David asista cumplido al Polideportivo Sur.
Arenas aspira ser campeón mundial, desea estudiar Medicina y dice haberle sido fiel a su ex novia Lina (quien vive en Bogotá) y a la programación de Discovery Channel. No le gustan los engaños y por eso el 24 de diciembre de cada año recibe dos regalos: uno en la mañana, por su cumpleaños, y otro en la noche, el traído del Niño Jesús.
Cuenta que recorrió París en bicicleta y que jugó en un museo su deporte favorito. Hace un año, David Arenas se consagró, con 13 años, como el Maestro Internacional más joven de la historia del ajedrez colombiano. En el Panamericano de Cali igualó en el primer lugar al vencer a su amigo Sebastián Marín y al campeón centroamericano.
A sus 14 años, recuerda que por saber mover el alfil y el caballo lo llevaron a un intercolegiado. Más adelante sabría que jugar es mucho más que mover caballos o peones. En ese torneo los 6 mejores recibirían clases con Jorge Mario Clavijo y David fue sexto. Ese fue el comienzo de su corta y exitosa carrera.
Ha actuado en campeonatos mundiales en Serbia y Francia, donde venció al campeón local, y en Argentina ha disputado el Sudamericano. No pudo estar en el Mundial de Turquía, porque no consiguió patrocinio para su tiquete aéreo.
El año pasado estuvo presente en la final del torneo del Área Metropolitana, todavía con la inquietud de si su performance correspondía a la maestría alcanzada. Algunos que dudaban de su fortaleza ajedrecística debieron reconocer su talento cuando derrotó en línea a los maestros Mauricio Ríos, Johan Echavarría, Mauricio Uribe, Jaime Cuartas y de que igualara con Nelson Gamboa. Perdió el invicto y liderato ante Sergio Barrientos, quien acababa de foguearse en el durísimo nivel europeo durante tres años.
David Arenas se declara hincha del Envigado. ¿Hincha del Envigado? “Sí, no me gustan los equipos grandes”, responde aunque su padre, fanático del Independiente Medellín, asegura que es más rojo que naranja. Su abuela, hincha de Nacional, y su padre, afiebrado seguidor del Poderoso, querían que fuera de sus respectivos equipos pero no han podido evitar que David asista cumplido al Polideportivo Sur.
Arenas aspira ser campeón mundial, desea estudiar Medicina y dice haberle sido fiel a su ex novia Lina (quien vive en Bogotá) y a la programación de Discovery Channel. No le gustan los engaños y por eso el 24 de diciembre de cada año recibe dos regalos: uno en la mañana, por su cumpleaños, y otro en la noche, el traído del Niño Jesús.
Tuesday, October 10, 2006
Ojo con los prejuicios
Una mujer con cuatro piernas descansaba en una hamaca colgada en las playas de Aruba. Con una toalla en su cara, reposaba de manera incógnita.
En el mar, aledaño al Natural Bridge, los turistas europeos escaparon a su guía para observar el fenómeno. Nadie se volvió a interesar en el recorrido planeado. Ella, al sentir la cercanía de una buena cantidad de personas observándola y haciendo conjeturas, retiró su toalla y dejó ver sus dos rostros para incrementar el asombro de los curiosos.
Luego quitó la camiseta que le tapaba la mitad del cuerpo y mató la ilusión: eran dos mujeres.
En el mar, aledaño al Natural Bridge, los turistas europeos escaparon a su guía para observar el fenómeno. Nadie se volvió a interesar en el recorrido planeado. Ella, al sentir la cercanía de una buena cantidad de personas observándola y haciendo conjeturas, retiró su toalla y dejó ver sus dos rostros para incrementar el asombro de los curiosos.
Luego quitó la camiseta que le tapaba la mitad del cuerpo y mató la ilusión: eran dos mujeres.
Creer que con lo que yo sentía alcanzaba para convertir el sentimiento en mutuo fue un mal ejercicio: una mala aplicación de las matemáticas que te enseñan en la primaria.
El dolor causado por la ausencia de quien se quiere es más intenso cuando esa ausencia no es física
Su cuerpo está presente pero sus pensamientos marchan a máxima velocidad, alejándose de mí
El brillo en sus ojos, ese brillo que dio otro sentido a mi vida sólo aparece por momentos, momentos cada vez más remotos
No dar posibilidad al error por temer al dolor es peor que intentarlo y fallar, pero eso preferiste tú
El dolor causado por la ausencia de quien se quiere es más intenso cuando esa ausencia no es física
Su cuerpo está presente pero sus pensamientos marchan a máxima velocidad, alejándose de mí
El brillo en sus ojos, ese brillo que dio otro sentido a mi vida sólo aparece por momentos, momentos cada vez más remotos
El Atanasio en la radio
Junio de 2005
El jugador tomaba su abdomen, mientras se dirigía hacia el banco de suplentes. “¿Qué le pasa a Congote?”, le preguntó Wbéimar Muñoz Ceballos a su reportero. “Tiene dolor de estómago y está pidiendo un Alka- Seltzer”, respondió el periodista. “Está pidiendo Aspirina”, le corrigió el comentarista. “No, es Alka- Seltzer”, insistía el responsable de cubrir el camerino visitante. Esta discusión se mantuvo durante la transmisión radial, hasta que el comentarista explicó su obsesión en asegurar cuál era el medicamento solicitado por el futbolista, pese a que su interlocutor se hallaba al lado de Congote y él en una cabina a varios metros de distancia. El comentarista Muñoz, fuera del aire, le recordó al reportero que Aspirina los patrocinaba y no era conveniente mencionar otras marcas. Aunque el acetaminofén, principio activo de la Aspirina, es más efectivo en la curación de dolores de cabeza, el factor publicidad suponía una excepción en aquella década de los 70. Posiblemente, la información “correcta” (publicitariamente hablando) era decir que Congote pidió una Aspirina para una gastritis aguda, bajo la hipótesis de que ese era su padecimiento. Sería como rociar gasolina para apagar un incendio, pero es el mandato que traza quien pauta en el espacio radial: verdad que favorezca a la competencia directa o indirecta, es preferible ocultarla.
Jugadores, técnicos y periodistas: convivencia en unión libre en los 70
Adolfo Martínez Ricaurte, actual Director de Deportes de Todelar Medellín, recuerda la influencia que han tenido los criterios emitidos por los locutores deportivos en Medellín. En 1977 el argentino Carlos Salvador Bilardo, Director Técnico del Deportivo Cali, presionaba al árbitro a que finalizara los partidos cuando tenía un resultado favorable. No lo hacía de forma directa pues usaba un arma más efectiva: Bilardo les pedía a los periodistas que les dijeran a sus oyentes que el tiempo había acabado, muchos le hacían caso y el público gritaba para obtener los ansiados últimos tres pitazos. “A veces hasta se trepaba por la malla de seguridad para aumentar la respuesta de la gente”, rememora Martínez. La gramilla y los camerinos reúnen historias de radio, con participantes célebres y otros que no tienen espacio en la memoria colectiva. En esa época los bancos de suplentes eran el asiento de los emergentes y los reporteros y esa cercanía analista-analizados brindaba una experiencia que enriquece la narración de quienes ejercieron el periodismo deportivo en esas condiciones. Cuentan los cronistas que la gramilla del Estadio Atanasio Girardot era invadida por “guerreros de la inmediatez”, reporteros que “peleaban” por ser los primeros en conseguir la declaración de la figura del partido. Quienes cumplían esta función se caracterizaban, en buen número, por su juventud y velocidad. Prácticamente, la pista atlética se trasladaba hacia el terreno verde, no con las cortas pantalonetas características de los años 70 y 80, sino con pantalones o, incluso, con camisa manga larga y corbata.Pero, obviamente, ese acceso estaba restringido hasta el fin de los encuentros. Esa alianza, que facilitaba el trabajo periodístico, se mantuvo hasta que Carlos Pérez, de Caracol, y Mario Duque, de Todelar, interrumpieron un partido con su entrada inoportuna. El tiempo estaba cumplido y los oyentes, desde su casa y desde las graderías del Atanasio, aguardaban el pitazo final. El juez central llevó a su boca el objeto esperado y pitó una falta. Pérez y Duque entraron a la cancha, con cables y micrófonos, pensando que el tiempo de juego se había consumado. La policía también ingresó a la cancha, para evitar una posible agresión a alguno de los 23 presentes en la cancha. Desde ese acontecimiento, la Dimayor (División Mayor del Fútbol Colombiano) prohibió la estadía de los comunicadores en esa zona. Ahora sólo se repiten esas secuencias en las finales de campeonatos, como la de Nacional- Medellín en el primer semestre de 2004, o con la astucia de varios periodistas de radio que se mezclan con los de televisión (quienes sí conservan ese privilegio). Carlos Pérez y Mario Duque protagonizaron otro gracioso inconveniente. En su responsabilidad de “atletas de la información”, y con ayuda de los precarios avances tecnológicos que no les habían otorgado aparatos inalámbricos, tropezaron entre sí y sus cables se desprendieron de los respectivos micrófonos. En el intento de reconectarlos el cable de Todelar quedó con el micrófono de Caracol y viceversa. Al hablar, el de Todelar salió al aire en Caracol y el de Caracol en Todelar.
Para volar la imaginación
En los años 60 Colombia igualaba 4-4 con la Unión Soviética en el Mundial de Chile. “Con Colombia casi perdemos”, era el juego de palabras predilecto por los sudamericanos, empleando las iniciales CCCP (URSS) que adornaban las camisetas soviéticas. El centrocampista Marcos Coll hacía historia venciendo al mejor arquero del mundo Lev Yeshin, La araña negra, con el primer Gol Olímpico (y único, hasta el momento) de los mundiales. Mientras Arica, sede del encuentro, se sorprendía con la recuperación del llamado equipo cafetero en su primera presencia en un torneo orbital, el aire de Medellín era el escenario elegido para magnificar el sufrido empate en la voz de uno de los mejores narradores colombianos de todos los tiempos. Las imágenes del suelo chileno fueron representadas en cielo antioqueño por Jaime Tobión de la Roche. Los habitantes paisas observaron, ese 3 de junio de 1962, una avioneta que sobrevoló la ciudad retransmitiendo el encuentro, con la amplificación del relato de Tobión De La Roche. Tobión mencionó los impronunciables nombres soviéticos pero se caracterizaba por no narrar partidos de Chocó, porque “esos negritos son iguales” y se confundía. Como anécdota ligada a su enredo, trabajando en Radio Visión de Caracol, al lado de Wbéimar Muñoz y Adolfo Martínez, Luis “Lucho” Montufa siempre salía, según su relato, como la estrella del partido cuando tenía algún jugador de color que jugara por su sector pues, tocara quien tocara el balón, Montufa era quien defendía, atacaba y recuperaba.
Para disfrutar los triunfos verdes en los años 90
Un empate fue recordado como el más grande “triunfo” del fútbol colombiano durante los siguientes 27 años. El 4-4 colombo- soviético sólo pudo ser opacado por la conquista del Atlético Nacional de la Copa Libertadores de América. Luego de intentos fallidos del Deportivo Cali de Bilardo y del América de Ochoa Uribe por alcanzarla, el Nacional de Maturana accedía a su primera gran final contra el Olimpia de Paraguay, pero no la podía jugar en Medellín. En ese 1989 el Atanasio Girardot no tenía la capacidad mínima requerida para un juego de esa altura por lo que la fiesta se trasladó a Bogotá. En una de las caravanas Medellín- Bogotá más grandes de la historia, con viaje por carretera de miles de hinchas antioqueños, también se embarcó un joven experimentado del relato. Múnera Eastman ya no era simplemente el Luis Fernando Múnera de sus inicios. En el descenso de Tobión De La Roche surgió “El Paisita”, apodo que patentó con Luis Fernando Posada, “Posadita”. Mientras millones de colombianos observaban el encuentro decisivo con el relato de Édgar Perea por televisión, muchos de los “invitados” de lujo al Estadio Nemesio Camacho “El Campín” pegaban el radio a su oído con la transmisión de Múnera Eastman, al lado de Wbéimar Muñoz. Ya había ganado la batalla por la audiencia en el Atanasio contra Jorge Eliécer Campuzano, teniendo mayor visión futurista en momentos donde la posesión de un walkman era privilegio de pocos. En los años 80 había ubicado, estratégicamente repartidos, a colaboradores con grabadoras a todo volumen que casi obligaban a los oyentes contiguos a apagar su radio y oír al Paisita. En 1989 ya era el líder indiscutido de audiencia local. En algunos juegos del torneo doméstico se oía la voz de Múnera amplificada en el sonido interno del estadio. El encargado de esta labor contribuyó a popularizar la narración pasional del “Paisita”, quien luego tuvo su propia emisora. Nacional igualó el 2-0 en contra que traía de Asunción y se convirtió en el primer club colombiano en ganar la Libertadores, con brillante actuación de René Higuita en los penalties. En la década de los 90 Múnera Eastman sería la voz representativa de muchos de los acontecimientos más importantes del fútbol de Antioquia en su historia. Criticado por algunos, al tener un relato más apto para quienes asisten al estadio, que le reclaman por ser menos descriptivo que el común de sus colegas, logró dejar algunos goles trascendentales unidos con su voz:El gol del “Bendito” Fajardo, con el que Nacional se coronó campeón colombiano en 1991, derrotando al América en la final; la anotación de Carlos Castro, del Independiente Medellín contra Nacional en 1993, que puso a dar la vuelta olímpica más corta del fútbol de nuestro país, hasta que, con radio en oídos y micrófono en mano, “La Gambeta” Estrada maldijo el gol de último minuto de Oswaldo Mackenzie que le dio la estrella al Junior; el cobro de tiro libre de Higuita, batiendo al riverplatense Germán Burgos en la semifinal de la Libertadores 1995, en Medellín, y el penal definitivo convertido por Francisco Foronda, en Buenos Aires; y el cabezazo, en tiempo de descuento, de Luis Carlos Perea, que dejó a River Plate eliminado de la Supercopa de 1996.Los reporteros de los 90 recuerdan perfectamente la pelea de Carlos “El Pibe” Valderrama con Carlos “El Pipe” Uribe y otros compañeros del Deportivo independiente Medellín. La frustración de la derrota, la impotencia de no ser los protagonistas de la ruptura de más de tres décadas sin títulos, llevó a Valderrama a tildar a su equipo de “colegialas”, haciendo la aclaración de que “sólo nos faltó el uniforme y la lonchera”. Los periodistas de radio presenciaron ésta y otras peleas de desahogo en los camerinos del Atanasio, en un Medellín que fue campeón por unos minutos en el 93 y debió esperar hasta 2002 para celebrar sin interrupciones.
Pelea de espacio
La cancelación de la caravana programada para ir de Medellín a Pasto en diciembre de 2002 dejó a muchos hinchas viendo televisión y escuchando radio. Ese fenómeno es la más clara muestra de cómo un medio se une a otro, sin sustituirlo de forma absoluta. Deportivo Independiente Medellín Giraldo Zuluaga (llamado en el bautizo Gustavo, pero con cédula que confirma su rebautizo) fue uno de los afiebrados del DIM que debió permanecer en su casa, donde oyó la narración junto a su perro y mascota Medallo Campeón. “Pese a que fue transmitido por televisión me gusta escucharlo por radio”. Así que, encendió la imagen y le bajó volumen, prendió el sonido y lo puso fuerte. Los 80 fueron la década de la lucha por el “rating de oyentes”. Santiago “Santy” Martínez, actual Concejal de Medellín, y León Machado, cumplían una función esencial en la captación de público. Uno se situaba en Occidental y el otro en Oriental, en la labor de “tribuneros”: rifaban, daban premios, llevaban grupos musicales. El show se trasladaba a las tribunas, algunas veces con agresiones verbales, con intervención de tribuneros de distintas emisoras. La competencia hacía que si un grupo de periodistas pagaba un grupo para que amenizara el juego el otro contrataba uno más costoso y de mayor renombre. La Dimayor prohibió esta práctica por considerarla una forma inapropiada de ganar audiencia: muchos ya no estaban pendientes del rectángulo de juego.El fondo permanece intactoQuienes vivieron esa época consideran que ahora hay más colegaje entre los periodistas de radio, no hay tanto afán de derribar a la competencia por medio de artimañas. Los esquemas no han variado de forma clara, sólo con la intervención de los avances: paso de acetato a cartucheras (una innovación grande en aquel momento, hace 25 años aproximadamente) y, de forma más reciente, el Mini DV y el uso más directo de la computación enfocada a la reproducción, grabación y utilización de efectos sonoros. La calidad del sonido de los celulares no ha permitido una efectiva adaptación de mejorías a la radio deportiva. En la etapa previa al Mundial Chile 1962 la Selección Colombia se preparaba en Bogotá y los periodistas radiales tenían un serio problema para conseguir sus declaraciones: no había grabadoras de pilas y la telefonía no permitía un buen sonido. La solución fue creativa y liderada por Nuevo Mundo, de Caracol, y Nueva Granada, de RCN: llevaban a los jugadores a sus respectivas emisoras y allí los entrevistaban.Leonardo Londoño, líder en cambios en la radio deportiva de Antioquia y Colombia, a mediados de los 70 implementó un libreto para suplir las falencias telefónicas. Lo usual era que, en las notas grabadas por teléfono, la voz del periodista quedara muy baja. Londoño, con su grupo periodístico del Escuadrón Deportivo, repetía la pregunta con la mejoría que implicaba hacerlo directamente con los equipos de la cabina radial. Londoño también fue uno de los impulsores de la vinculación del personaje entrevistado a la pauta publicitaria: “¿a usted le gusta vestir elegante?”, ”sí”, “por eso usa pantalones...”Adolfo Martínez tuvo un problema de confusión similar al de Tobión De La Roche, una “metida de patas” que, en primera instancia pasa desapercibida por los oyentes que no tiene sus ojos vigilando al periodista radial (como sí al televisivo). Martínez quería una nota con el futbolista Zucareli, luego de un encuentro en el que había sido la figura. “Sí, Wbéimar. Estamos con Zucareli”. Zucareli movía de un lado al otro su índice derecho. “Zucareli nos pide un momento”. Zucareli continuaba con le movimiento gestual. “No, Wbéimar. Zucareli no quiere hablar”. Zucarelli tomó el micrónofo y dijo: “lo que quiero decir es que yo no soy Zucareli”.
El jugador tomaba su abdomen, mientras se dirigía hacia el banco de suplentes. “¿Qué le pasa a Congote?”, le preguntó Wbéimar Muñoz Ceballos a su reportero. “Tiene dolor de estómago y está pidiendo un Alka- Seltzer”, respondió el periodista. “Está pidiendo Aspirina”, le corrigió el comentarista. “No, es Alka- Seltzer”, insistía el responsable de cubrir el camerino visitante. Esta discusión se mantuvo durante la transmisión radial, hasta que el comentarista explicó su obsesión en asegurar cuál era el medicamento solicitado por el futbolista, pese a que su interlocutor se hallaba al lado de Congote y él en una cabina a varios metros de distancia. El comentarista Muñoz, fuera del aire, le recordó al reportero que Aspirina los patrocinaba y no era conveniente mencionar otras marcas. Aunque el acetaminofén, principio activo de la Aspirina, es más efectivo en la curación de dolores de cabeza, el factor publicidad suponía una excepción en aquella década de los 70. Posiblemente, la información “correcta” (publicitariamente hablando) era decir que Congote pidió una Aspirina para una gastritis aguda, bajo la hipótesis de que ese era su padecimiento. Sería como rociar gasolina para apagar un incendio, pero es el mandato que traza quien pauta en el espacio radial: verdad que favorezca a la competencia directa o indirecta, es preferible ocultarla.
Jugadores, técnicos y periodistas: convivencia en unión libre en los 70
Adolfo Martínez Ricaurte, actual Director de Deportes de Todelar Medellín, recuerda la influencia que han tenido los criterios emitidos por los locutores deportivos en Medellín. En 1977 el argentino Carlos Salvador Bilardo, Director Técnico del Deportivo Cali, presionaba al árbitro a que finalizara los partidos cuando tenía un resultado favorable. No lo hacía de forma directa pues usaba un arma más efectiva: Bilardo les pedía a los periodistas que les dijeran a sus oyentes que el tiempo había acabado, muchos le hacían caso y el público gritaba para obtener los ansiados últimos tres pitazos. “A veces hasta se trepaba por la malla de seguridad para aumentar la respuesta de la gente”, rememora Martínez. La gramilla y los camerinos reúnen historias de radio, con participantes célebres y otros que no tienen espacio en la memoria colectiva. En esa época los bancos de suplentes eran el asiento de los emergentes y los reporteros y esa cercanía analista-analizados brindaba una experiencia que enriquece la narración de quienes ejercieron el periodismo deportivo en esas condiciones. Cuentan los cronistas que la gramilla del Estadio Atanasio Girardot era invadida por “guerreros de la inmediatez”, reporteros que “peleaban” por ser los primeros en conseguir la declaración de la figura del partido. Quienes cumplían esta función se caracterizaban, en buen número, por su juventud y velocidad. Prácticamente, la pista atlética se trasladaba hacia el terreno verde, no con las cortas pantalonetas características de los años 70 y 80, sino con pantalones o, incluso, con camisa manga larga y corbata.Pero, obviamente, ese acceso estaba restringido hasta el fin de los encuentros. Esa alianza, que facilitaba el trabajo periodístico, se mantuvo hasta que Carlos Pérez, de Caracol, y Mario Duque, de Todelar, interrumpieron un partido con su entrada inoportuna. El tiempo estaba cumplido y los oyentes, desde su casa y desde las graderías del Atanasio, aguardaban el pitazo final. El juez central llevó a su boca el objeto esperado y pitó una falta. Pérez y Duque entraron a la cancha, con cables y micrófonos, pensando que el tiempo de juego se había consumado. La policía también ingresó a la cancha, para evitar una posible agresión a alguno de los 23 presentes en la cancha. Desde ese acontecimiento, la Dimayor (División Mayor del Fútbol Colombiano) prohibió la estadía de los comunicadores en esa zona. Ahora sólo se repiten esas secuencias en las finales de campeonatos, como la de Nacional- Medellín en el primer semestre de 2004, o con la astucia de varios periodistas de radio que se mezclan con los de televisión (quienes sí conservan ese privilegio). Carlos Pérez y Mario Duque protagonizaron otro gracioso inconveniente. En su responsabilidad de “atletas de la información”, y con ayuda de los precarios avances tecnológicos que no les habían otorgado aparatos inalámbricos, tropezaron entre sí y sus cables se desprendieron de los respectivos micrófonos. En el intento de reconectarlos el cable de Todelar quedó con el micrófono de Caracol y viceversa. Al hablar, el de Todelar salió al aire en Caracol y el de Caracol en Todelar.
Para volar la imaginación
En los años 60 Colombia igualaba 4-4 con la Unión Soviética en el Mundial de Chile. “Con Colombia casi perdemos”, era el juego de palabras predilecto por los sudamericanos, empleando las iniciales CCCP (URSS) que adornaban las camisetas soviéticas. El centrocampista Marcos Coll hacía historia venciendo al mejor arquero del mundo Lev Yeshin, La araña negra, con el primer Gol Olímpico (y único, hasta el momento) de los mundiales. Mientras Arica, sede del encuentro, se sorprendía con la recuperación del llamado equipo cafetero en su primera presencia en un torneo orbital, el aire de Medellín era el escenario elegido para magnificar el sufrido empate en la voz de uno de los mejores narradores colombianos de todos los tiempos. Las imágenes del suelo chileno fueron representadas en cielo antioqueño por Jaime Tobión de la Roche. Los habitantes paisas observaron, ese 3 de junio de 1962, una avioneta que sobrevoló la ciudad retransmitiendo el encuentro, con la amplificación del relato de Tobión De La Roche. Tobión mencionó los impronunciables nombres soviéticos pero se caracterizaba por no narrar partidos de Chocó, porque “esos negritos son iguales” y se confundía. Como anécdota ligada a su enredo, trabajando en Radio Visión de Caracol, al lado de Wbéimar Muñoz y Adolfo Martínez, Luis “Lucho” Montufa siempre salía, según su relato, como la estrella del partido cuando tenía algún jugador de color que jugara por su sector pues, tocara quien tocara el balón, Montufa era quien defendía, atacaba y recuperaba.
Para disfrutar los triunfos verdes en los años 90
Un empate fue recordado como el más grande “triunfo” del fútbol colombiano durante los siguientes 27 años. El 4-4 colombo- soviético sólo pudo ser opacado por la conquista del Atlético Nacional de la Copa Libertadores de América. Luego de intentos fallidos del Deportivo Cali de Bilardo y del América de Ochoa Uribe por alcanzarla, el Nacional de Maturana accedía a su primera gran final contra el Olimpia de Paraguay, pero no la podía jugar en Medellín. En ese 1989 el Atanasio Girardot no tenía la capacidad mínima requerida para un juego de esa altura por lo que la fiesta se trasladó a Bogotá. En una de las caravanas Medellín- Bogotá más grandes de la historia, con viaje por carretera de miles de hinchas antioqueños, también se embarcó un joven experimentado del relato. Múnera Eastman ya no era simplemente el Luis Fernando Múnera de sus inicios. En el descenso de Tobión De La Roche surgió “El Paisita”, apodo que patentó con Luis Fernando Posada, “Posadita”. Mientras millones de colombianos observaban el encuentro decisivo con el relato de Édgar Perea por televisión, muchos de los “invitados” de lujo al Estadio Nemesio Camacho “El Campín” pegaban el radio a su oído con la transmisión de Múnera Eastman, al lado de Wbéimar Muñoz. Ya había ganado la batalla por la audiencia en el Atanasio contra Jorge Eliécer Campuzano, teniendo mayor visión futurista en momentos donde la posesión de un walkman era privilegio de pocos. En los años 80 había ubicado, estratégicamente repartidos, a colaboradores con grabadoras a todo volumen que casi obligaban a los oyentes contiguos a apagar su radio y oír al Paisita. En 1989 ya era el líder indiscutido de audiencia local. En algunos juegos del torneo doméstico se oía la voz de Múnera amplificada en el sonido interno del estadio. El encargado de esta labor contribuyó a popularizar la narración pasional del “Paisita”, quien luego tuvo su propia emisora. Nacional igualó el 2-0 en contra que traía de Asunción y se convirtió en el primer club colombiano en ganar la Libertadores, con brillante actuación de René Higuita en los penalties. En la década de los 90 Múnera Eastman sería la voz representativa de muchos de los acontecimientos más importantes del fútbol de Antioquia en su historia. Criticado por algunos, al tener un relato más apto para quienes asisten al estadio, que le reclaman por ser menos descriptivo que el común de sus colegas, logró dejar algunos goles trascendentales unidos con su voz:El gol del “Bendito” Fajardo, con el que Nacional se coronó campeón colombiano en 1991, derrotando al América en la final; la anotación de Carlos Castro, del Independiente Medellín contra Nacional en 1993, que puso a dar la vuelta olímpica más corta del fútbol de nuestro país, hasta que, con radio en oídos y micrófono en mano, “La Gambeta” Estrada maldijo el gol de último minuto de Oswaldo Mackenzie que le dio la estrella al Junior; el cobro de tiro libre de Higuita, batiendo al riverplatense Germán Burgos en la semifinal de la Libertadores 1995, en Medellín, y el penal definitivo convertido por Francisco Foronda, en Buenos Aires; y el cabezazo, en tiempo de descuento, de Luis Carlos Perea, que dejó a River Plate eliminado de la Supercopa de 1996.Los reporteros de los 90 recuerdan perfectamente la pelea de Carlos “El Pibe” Valderrama con Carlos “El Pipe” Uribe y otros compañeros del Deportivo independiente Medellín. La frustración de la derrota, la impotencia de no ser los protagonistas de la ruptura de más de tres décadas sin títulos, llevó a Valderrama a tildar a su equipo de “colegialas”, haciendo la aclaración de que “sólo nos faltó el uniforme y la lonchera”. Los periodistas de radio presenciaron ésta y otras peleas de desahogo en los camerinos del Atanasio, en un Medellín que fue campeón por unos minutos en el 93 y debió esperar hasta 2002 para celebrar sin interrupciones.
Pelea de espacio
La cancelación de la caravana programada para ir de Medellín a Pasto en diciembre de 2002 dejó a muchos hinchas viendo televisión y escuchando radio. Ese fenómeno es la más clara muestra de cómo un medio se une a otro, sin sustituirlo de forma absoluta. Deportivo Independiente Medellín Giraldo Zuluaga (llamado en el bautizo Gustavo, pero con cédula que confirma su rebautizo) fue uno de los afiebrados del DIM que debió permanecer en su casa, donde oyó la narración junto a su perro y mascota Medallo Campeón. “Pese a que fue transmitido por televisión me gusta escucharlo por radio”. Así que, encendió la imagen y le bajó volumen, prendió el sonido y lo puso fuerte. Los 80 fueron la década de la lucha por el “rating de oyentes”. Santiago “Santy” Martínez, actual Concejal de Medellín, y León Machado, cumplían una función esencial en la captación de público. Uno se situaba en Occidental y el otro en Oriental, en la labor de “tribuneros”: rifaban, daban premios, llevaban grupos musicales. El show se trasladaba a las tribunas, algunas veces con agresiones verbales, con intervención de tribuneros de distintas emisoras. La competencia hacía que si un grupo de periodistas pagaba un grupo para que amenizara el juego el otro contrataba uno más costoso y de mayor renombre. La Dimayor prohibió esta práctica por considerarla una forma inapropiada de ganar audiencia: muchos ya no estaban pendientes del rectángulo de juego.El fondo permanece intactoQuienes vivieron esa época consideran que ahora hay más colegaje entre los periodistas de radio, no hay tanto afán de derribar a la competencia por medio de artimañas. Los esquemas no han variado de forma clara, sólo con la intervención de los avances: paso de acetato a cartucheras (una innovación grande en aquel momento, hace 25 años aproximadamente) y, de forma más reciente, el Mini DV y el uso más directo de la computación enfocada a la reproducción, grabación y utilización de efectos sonoros. La calidad del sonido de los celulares no ha permitido una efectiva adaptación de mejorías a la radio deportiva. En la etapa previa al Mundial Chile 1962 la Selección Colombia se preparaba en Bogotá y los periodistas radiales tenían un serio problema para conseguir sus declaraciones: no había grabadoras de pilas y la telefonía no permitía un buen sonido. La solución fue creativa y liderada por Nuevo Mundo, de Caracol, y Nueva Granada, de RCN: llevaban a los jugadores a sus respectivas emisoras y allí los entrevistaban.Leonardo Londoño, líder en cambios en la radio deportiva de Antioquia y Colombia, a mediados de los 70 implementó un libreto para suplir las falencias telefónicas. Lo usual era que, en las notas grabadas por teléfono, la voz del periodista quedara muy baja. Londoño, con su grupo periodístico del Escuadrón Deportivo, repetía la pregunta con la mejoría que implicaba hacerlo directamente con los equipos de la cabina radial. Londoño también fue uno de los impulsores de la vinculación del personaje entrevistado a la pauta publicitaria: “¿a usted le gusta vestir elegante?”, ”sí”, “por eso usa pantalones...”Adolfo Martínez tuvo un problema de confusión similar al de Tobión De La Roche, una “metida de patas” que, en primera instancia pasa desapercibida por los oyentes que no tiene sus ojos vigilando al periodista radial (como sí al televisivo). Martínez quería una nota con el futbolista Zucareli, luego de un encuentro en el que había sido la figura. “Sí, Wbéimar. Estamos con Zucareli”. Zucareli movía de un lado al otro su índice derecho. “Zucareli nos pide un momento”. Zucareli continuaba con le movimiento gestual. “No, Wbéimar. Zucareli no quiere hablar”. Zucarelli tomó el micrónofo y dijo: “lo que quiero decir es que yo no soy Zucareli”.
Monday, October 09, 2006
Intervención del Gobierno en el fútbol colombiano¿Y quién interviene a la FIFA?
4 de abril de 2004
Satanizar una investigación a los manejos del deporte de cada país es semejante a tolerar la corrupción estatal. Señalar como indebida la participación del gobierno en el análisis de las acciones de una federación de fútbol equivale a admitir la exclusión de su función interventora. La acción de inspeccionar el funcionamiento de distintos estamentos, llámese intervención o de cualquier otra forma, no puede omitirse en un Estado que desea sanear su estructura. En la actualidad, el gobierno colombiano indaga en las cuentas bancarias y la contabilidad de la Federación Colombiana de Fútbol y sus ligas y clubes afiliados y verifica si su funcionamiento tiene irregularidades. Ha sido recurrente en los medios de comunicación expresar cierta incertidumbre por una probable desafiliación que generaría esta disposición del Estado, además de la legalidad del procedimiento. La legislación nacional es clara en cuanto al tema y, de acuerdo con el Artículo 60 de la Ley 181 de 1995, Coldeportes es un establecimiento público de orden nacional, lo que traduce que no existe ninguna censura constitucional para que se delegue en esta entidad “la inspección, vigilancia y control sobre los organismos deportivos y demás entidades que conforman el sistema nacional del deporte”. Es decir, la acción no tiene objeción legal, según el Abogado, Especializado en Legislación Deportiva, José Duque, pues “en el artículo 211 se autoriza la delegación presidencial en los representantes legales de entidades descentralizadas y Coldeportes es una de ellas”. Es precisamente la delegación en Coldeportes, por parte del Gobierno, otro punto de crítica de los opositores al análisis gubernamental y por ello es pertinente aclarar que su control está amparado por la ley.La iniciativa del gobierno de Álvaro Uribe Vélez no es novedosa en nuestro país. En el ciclo presidencial de Andrés Pastrana, Coldeportes encontró irregularidades en el manejo de dineros de la Copa América 2001, de la que Colombia fue sede, y multó con 1.000 dólares al entonces Presidente de la Federación Colombiana, Álvaro Fina. ¿Fue esta una intervención estatal? Probablemente. ¿Es una intervención la acción del gobierno de Uribe? Tal vez. Según Álvaro González, Presidente de la Difútbol, División aficionada del fútbol colombiano, una intervención se daría cuando “por un decreto un alcalde, gobernador o presidente nombre los dirigentes para orientar a la federación”, como afirmó en entrevista a Nuevo Estadio. La discusión se ha centrado en evitar el rechazo de la FIFA (Federación Internacional de Fútbol Asociado). Existe una fobia a la palabra intervención, pues la FIFA prohibe que sus asociados estén intervenidos por sus respectivos gobiernos. Investigación es el calificativo predilecto para evadir el castigo del poco ecuánime ente regidor del fútbol mundial. La FIFA no tiene quién la intervenga. O la investigue. O ambas. O cualquiera de las dos. Para el caso, no importa. Esta dicotomía entre intervenir e investigar ha aparecido en los debates de otras naciones afiliadas a la FIFA. En 1997, una comisión de diputados del Congreso de Honduras pretendía reformar el Decreto 203- 84, que señalaba la estructura del fútbol local. Los congresistas estaban inconformes con la forma en que se repartían las curules, con 16 puestos al sector amateur, 8 para la Primera División y 2 para la Segunda División. De ese modo, las decisiones trascendentales sobre la generalidad del balompié eran tomadas por los aficionados, en detrimento de los profesionales. El diario hondureño La Prensa, citaba en aquel momento la declaración de una fuente, a la cual protegían su identidad, quien decía que “ojalá que ahora los diputados del amateurismo no interpreten que dicha reforma es una intervención y giren la notificación a la FIFA”. Es como si las decisiones nacionales tuvieran que ser consultadas, con un ¿lo podemos hacer Sr. FIFA, o le disgusta? ¿Y la Federación Internacional a quién debe consultar o solicitar alguna opinión sobre sus normativas? La FIFA, que cataloga de amistosa la ronda eliminatoria de Suramérica, con la autorización para los clubes europeos de liberar a los jugadores convocados dos días antes, no tiene un gobierno que la juzgue. Pese a que en sus estatutos determine, en el Artículo 36- Numeral 5, que para un partido de clasificación de competición internacional, los jugadores seleccionados deben ser liberados con 4 días de antelación, esa ley sólo la utiliza cuando las selecciones europeas se enfrentan. ¿Y es que la Eliminatoria Suramericana no es clasificatoria a una competición internacional, llamada Mundial? Eso es lo que dan a entender con la aplicación discriminatoria de la norma.La FIFA, que suspendió a los clubes y seleccionados de Guatemala de todos los torneos internacionales (meses después levantada de forma provisional), porque el Presidente de la Federación, José Mauricio Caballeros era investigado por la Contraloría de Cuentas de su país, por presunta malversación de fondos, podría hacer lo mismo con Colombia. La FIFA interviene en asuntos de países pero no admite que, en esos países, se intervenga en asuntos de fútbol. No pretendo señalar como culpables, sin derecho a explicación de sus cuentas a los directivos colombianos. Su consciencia y las conclusiones de la “intervención- investigación” tendrán la respuesta a esa inquietud. Lo que no se puede dejar de cuestionar es que la FIFA aminore, con su presión “anti- interventora”, la soberanía nacional.Un jugador de fútbol de Bélgica marcó un precedente, que deja abierta la posibilidad de que los autoritarios y autocráticos organismos sean susceptibles de cambios por agentes externos. El belga Bosman, en diciembre de 1995, en el famoso caso que lleva su nombre, logró afectar los estatutos de la UEFA, Unión Europea de Fútbol Asociado. La UEFA aducía que “una decisión del Tribunal de Justicia sobre la situación de jugadores profesionales podría poner en entredicho a la organización del fútbol en su conjunto”. Precisamente por esa vía, Bosman consiguió cambios drásticos en el régimen de transferencias de jugadores en el Viejo Continente. La UEFA debió acoplar la Ley Bosman a su reglamento y también federaciones de otros deportes debieron hacerlo. Incluso la Federación Alemana de Ajedrez, o Bundesliga de ajedrez, fue desafiada por el Caso Bosman. Aunque los germanos no permitían la inclusión de extranjeros, el capitán del club Duisburgo incluyó tres foráneos en uno de sus enfrentamientos y fue castigado con la pérdida de todos puntos disputados en esa ronda (los de las partidas de los extranjeros y de los elementos alemanes). Después, el Duisburgo se amparó en la Ley Bosman y retó a las férreas barreras federativas. Si las federaciones de países son regidas por un organismo mundial, sería productiva la existencia de un organismo adicional que analizara las actuaciones de las federaciones internaciones, ya no hablando únicamente del caso fútbol, sino extendiendo la cobertura a los demás deportes o disciplinas. Es inaceptable que se quiera imponer una decisión por encima del criterio estatal, que debe propender por el comportamiento diáfano de sus dirigentes y la existencia de una estructura con menos burocracia; con justicia y con la debida utilización de los recursos económicos. No se puede concebir una “supranación” que infunde temor y limita la ejecución de esos fines. Tampoco es aceptable que esa supranación mida con distinta óptica los distintos casos que se le presentan, dando prioridad a los europeos, llevado por la presión del G- 14 (los 14 mejores clubes europeos) que han manifestado su intención de boicotear varios certámenes si sus derechos son superados por los de los seleccionados. ¿Necesitaremos, en Suramérica, de clubes poderosos para que no ser pisoteados? Pues estamos lejos de tener el poder monetario de los euros y seremos esclavos del dictador FIFA. Si hay un Tribunal de la Haya y un Baltazar Garzón, debería haber alguien que juzgara a los burócratas del deporte mundial, que a mayor importancia del cargo, menor exposición a los ojos del juicio. ¿Intervención al fútbol colombiano y desafiliación de la FIFA? No sería lo ideal. Pero, ante las continuas arbitrariedades que comete la organización global, ¿quién interviene a la FIFA?
Satanizar una investigación a los manejos del deporte de cada país es semejante a tolerar la corrupción estatal. Señalar como indebida la participación del gobierno en el análisis de las acciones de una federación de fútbol equivale a admitir la exclusión de su función interventora. La acción de inspeccionar el funcionamiento de distintos estamentos, llámese intervención o de cualquier otra forma, no puede omitirse en un Estado que desea sanear su estructura. En la actualidad, el gobierno colombiano indaga en las cuentas bancarias y la contabilidad de la Federación Colombiana de Fútbol y sus ligas y clubes afiliados y verifica si su funcionamiento tiene irregularidades. Ha sido recurrente en los medios de comunicación expresar cierta incertidumbre por una probable desafiliación que generaría esta disposición del Estado, además de la legalidad del procedimiento. La legislación nacional es clara en cuanto al tema y, de acuerdo con el Artículo 60 de la Ley 181 de 1995, Coldeportes es un establecimiento público de orden nacional, lo que traduce que no existe ninguna censura constitucional para que se delegue en esta entidad “la inspección, vigilancia y control sobre los organismos deportivos y demás entidades que conforman el sistema nacional del deporte”. Es decir, la acción no tiene objeción legal, según el Abogado, Especializado en Legislación Deportiva, José Duque, pues “en el artículo 211 se autoriza la delegación presidencial en los representantes legales de entidades descentralizadas y Coldeportes es una de ellas”. Es precisamente la delegación en Coldeportes, por parte del Gobierno, otro punto de crítica de los opositores al análisis gubernamental y por ello es pertinente aclarar que su control está amparado por la ley.La iniciativa del gobierno de Álvaro Uribe Vélez no es novedosa en nuestro país. En el ciclo presidencial de Andrés Pastrana, Coldeportes encontró irregularidades en el manejo de dineros de la Copa América 2001, de la que Colombia fue sede, y multó con 1.000 dólares al entonces Presidente de la Federación Colombiana, Álvaro Fina. ¿Fue esta una intervención estatal? Probablemente. ¿Es una intervención la acción del gobierno de Uribe? Tal vez. Según Álvaro González, Presidente de la Difútbol, División aficionada del fútbol colombiano, una intervención se daría cuando “por un decreto un alcalde, gobernador o presidente nombre los dirigentes para orientar a la federación”, como afirmó en entrevista a Nuevo Estadio. La discusión se ha centrado en evitar el rechazo de la FIFA (Federación Internacional de Fútbol Asociado). Existe una fobia a la palabra intervención, pues la FIFA prohibe que sus asociados estén intervenidos por sus respectivos gobiernos. Investigación es el calificativo predilecto para evadir el castigo del poco ecuánime ente regidor del fútbol mundial. La FIFA no tiene quién la intervenga. O la investigue. O ambas. O cualquiera de las dos. Para el caso, no importa. Esta dicotomía entre intervenir e investigar ha aparecido en los debates de otras naciones afiliadas a la FIFA. En 1997, una comisión de diputados del Congreso de Honduras pretendía reformar el Decreto 203- 84, que señalaba la estructura del fútbol local. Los congresistas estaban inconformes con la forma en que se repartían las curules, con 16 puestos al sector amateur, 8 para la Primera División y 2 para la Segunda División. De ese modo, las decisiones trascendentales sobre la generalidad del balompié eran tomadas por los aficionados, en detrimento de los profesionales. El diario hondureño La Prensa, citaba en aquel momento la declaración de una fuente, a la cual protegían su identidad, quien decía que “ojalá que ahora los diputados del amateurismo no interpreten que dicha reforma es una intervención y giren la notificación a la FIFA”. Es como si las decisiones nacionales tuvieran que ser consultadas, con un ¿lo podemos hacer Sr. FIFA, o le disgusta? ¿Y la Federación Internacional a quién debe consultar o solicitar alguna opinión sobre sus normativas? La FIFA, que cataloga de amistosa la ronda eliminatoria de Suramérica, con la autorización para los clubes europeos de liberar a los jugadores convocados dos días antes, no tiene un gobierno que la juzgue. Pese a que en sus estatutos determine, en el Artículo 36- Numeral 5, que para un partido de clasificación de competición internacional, los jugadores seleccionados deben ser liberados con 4 días de antelación, esa ley sólo la utiliza cuando las selecciones europeas se enfrentan. ¿Y es que la Eliminatoria Suramericana no es clasificatoria a una competición internacional, llamada Mundial? Eso es lo que dan a entender con la aplicación discriminatoria de la norma.La FIFA, que suspendió a los clubes y seleccionados de Guatemala de todos los torneos internacionales (meses después levantada de forma provisional), porque el Presidente de la Federación, José Mauricio Caballeros era investigado por la Contraloría de Cuentas de su país, por presunta malversación de fondos, podría hacer lo mismo con Colombia. La FIFA interviene en asuntos de países pero no admite que, en esos países, se intervenga en asuntos de fútbol. No pretendo señalar como culpables, sin derecho a explicación de sus cuentas a los directivos colombianos. Su consciencia y las conclusiones de la “intervención- investigación” tendrán la respuesta a esa inquietud. Lo que no se puede dejar de cuestionar es que la FIFA aminore, con su presión “anti- interventora”, la soberanía nacional.Un jugador de fútbol de Bélgica marcó un precedente, que deja abierta la posibilidad de que los autoritarios y autocráticos organismos sean susceptibles de cambios por agentes externos. El belga Bosman, en diciembre de 1995, en el famoso caso que lleva su nombre, logró afectar los estatutos de la UEFA, Unión Europea de Fútbol Asociado. La UEFA aducía que “una decisión del Tribunal de Justicia sobre la situación de jugadores profesionales podría poner en entredicho a la organización del fútbol en su conjunto”. Precisamente por esa vía, Bosman consiguió cambios drásticos en el régimen de transferencias de jugadores en el Viejo Continente. La UEFA debió acoplar la Ley Bosman a su reglamento y también federaciones de otros deportes debieron hacerlo. Incluso la Federación Alemana de Ajedrez, o Bundesliga de ajedrez, fue desafiada por el Caso Bosman. Aunque los germanos no permitían la inclusión de extranjeros, el capitán del club Duisburgo incluyó tres foráneos en uno de sus enfrentamientos y fue castigado con la pérdida de todos puntos disputados en esa ronda (los de las partidas de los extranjeros y de los elementos alemanes). Después, el Duisburgo se amparó en la Ley Bosman y retó a las férreas barreras federativas. Si las federaciones de países son regidas por un organismo mundial, sería productiva la existencia de un organismo adicional que analizara las actuaciones de las federaciones internaciones, ya no hablando únicamente del caso fútbol, sino extendiendo la cobertura a los demás deportes o disciplinas. Es inaceptable que se quiera imponer una decisión por encima del criterio estatal, que debe propender por el comportamiento diáfano de sus dirigentes y la existencia de una estructura con menos burocracia; con justicia y con la debida utilización de los recursos económicos. No se puede concebir una “supranación” que infunde temor y limita la ejecución de esos fines. Tampoco es aceptable que esa supranación mida con distinta óptica los distintos casos que se le presentan, dando prioridad a los europeos, llevado por la presión del G- 14 (los 14 mejores clubes europeos) que han manifestado su intención de boicotear varios certámenes si sus derechos son superados por los de los seleccionados. ¿Necesitaremos, en Suramérica, de clubes poderosos para que no ser pisoteados? Pues estamos lejos de tener el poder monetario de los euros y seremos esclavos del dictador FIFA. Si hay un Tribunal de la Haya y un Baltazar Garzón, debería haber alguien que juzgara a los burócratas del deporte mundial, que a mayor importancia del cargo, menor exposición a los ojos del juicio. ¿Intervención al fútbol colombiano y desafiliación de la FIFA? No sería lo ideal. Pero, ante las continuas arbitrariedades que comete la organización global, ¿quién interviene a la FIFA?
Tuesday, October 03, 2006
Boca prohibida que incita al pecado
Boca prohibida que incita al pecado. Labios que pecan y limitan a cerrarse. ¿Silencio o escándalo que no se expresa en palabras? La confusión no permite respuesta confiable: ¿amor?, ¿pasión?, ¿amor pasional?
No sé qué pasa en realidad pero, ¿me debería interesar? La atracción es incontrolable, la química hace a un lado a la razón. Pensarás que estoy enloqueciendo y puedes acertar en tu apreciación: las mezclas de sentimientos encontrados suelen iniciar los daños irreversibles en la mente. Si tú eres el reactor de mis enredos no tendré más remedio que ir a ti y resignarme a enloquecer.
Aunque suene a masoquismo extremo o a falta de amor propio lo que me lleva a entregarme a ti sin pensar en lo que voy a perder, la cordura (si algo de ella me queda), es la confianza en mis instintos o, más bien, en mi intuición.
Prefiero chocarme con el pavimento y equivocarme de nuevo. El suelo me conoce y me ha dejado levantar en otras ocasiones. Esa ceguera temporal, esa amnesia intencional, ya me ha enviado a la lona y me ha herido de gravedad: en momentos de alegría por, supuestamente, haber hallado la cúspide, me he visto empujado hacia el abismo.
La caída desde tan alto es más dolorosa pero en cada empujón que recibo me siento más fuerte para volver a la montaña. ¿Contigo me espera otro empujón? Por el momento sólo quiero que me acompañes a escalar y una vez arriba veremos si permanecemos allí o alguien de los dos decide deshacerse del otro.
En tus ojos, esos ojos que dicen cosas sobre mí que creo entender, está señalado el deseo de vivir para luego analizar. ¿Por qué pretender cambiar tu plan? Acepto acompañarte a la aventura, que puede durar un corto tiempo y que mi locura quisiera hacer eterna.
Pensándote muy seguido,
para la musa de inspiración de los últimos meses.
No sé qué pasa en realidad pero, ¿me debería interesar? La atracción es incontrolable, la química hace a un lado a la razón. Pensarás que estoy enloqueciendo y puedes acertar en tu apreciación: las mezclas de sentimientos encontrados suelen iniciar los daños irreversibles en la mente. Si tú eres el reactor de mis enredos no tendré más remedio que ir a ti y resignarme a enloquecer.
Aunque suene a masoquismo extremo o a falta de amor propio lo que me lleva a entregarme a ti sin pensar en lo que voy a perder, la cordura (si algo de ella me queda), es la confianza en mis instintos o, más bien, en mi intuición.
Prefiero chocarme con el pavimento y equivocarme de nuevo. El suelo me conoce y me ha dejado levantar en otras ocasiones. Esa ceguera temporal, esa amnesia intencional, ya me ha enviado a la lona y me ha herido de gravedad: en momentos de alegría por, supuestamente, haber hallado la cúspide, me he visto empujado hacia el abismo.
La caída desde tan alto es más dolorosa pero en cada empujón que recibo me siento más fuerte para volver a la montaña. ¿Contigo me espera otro empujón? Por el momento sólo quiero que me acompañes a escalar y una vez arriba veremos si permanecemos allí o alguien de los dos decide deshacerse del otro.
En tus ojos, esos ojos que dicen cosas sobre mí que creo entender, está señalado el deseo de vivir para luego analizar. ¿Por qué pretender cambiar tu plan? Acepto acompañarte a la aventura, que puede durar un corto tiempo y que mi locura quisiera hacer eterna.
Pensándote muy seguido,
para la musa de inspiración de los últimos meses.
Monday, October 02, 2006
La identidad no gana campeonatos
Mi opinión
Junio de 2005
¿Nacional ganó porque recobró su identidad? Falacia total. ¿Colombia tuvo un respiro en las Eliminatorias porque retomó sus “raíces”? Gran mentira de los próceres del fútbol criollo y de sus defensores acérrimos.
En 2002 (durante la realización del Mundial de Corea y Japón) leí una columna de Hugo Gallego en la que, textualmente, decía que “Brasil será grande cuando recupere la memoria... Jugando como su historia le exige huirá definitivamente de los fantasmas que por su ignorancia (traicionar su identidad) (sic.) lo persiguen y no lo dejan dormir hace mucho rato”. Qué pena con el señor Gallego (y perdón por no haberlo refutado antes), y con todos lo que creen ciegamente que un equipo sólo puede ganar si clona lo hecho en épocas pasadas, pero Dunga (el jugador menos “brasilero” que capitaneó a su conjunto en el Mundial de Estados Unidos) comandó la ruptura de la sequía de 24 años, cosa que no consiguieron equipos “realmente” brasileros. Seguramente, el equipo menos brasilero de todos los tiempos.
Creo firmemente, y estoy en capacidad de citar varios casos de ejemplo, que lo que define el éxito o el fracaso de un equipo es la aplicación de un esquema adecuado para los jugadores que se tiene a disposición o que se seleccionaron. Si tengo un buen cabeceador y dos excelentes jugadores de ralla (laterales, wings, según el caso) ¿debo negar la posibilidad de basar mi ataque en el juego aéreo porque “esa no es nuestra identidad”?
De igual forma, si Noruega o Suecia llegaran a convocar a su seleccionado nacional a dos centrodelanteros de 1:70 de estatura sería demasiado absurdo continuar con su idea de buscar los cabezazos como método de gol básico (a menos que tengan una saltabilidad, tiempo y distancia pese a no ser altos).
Nacional ganó este semestre, y llegó a la final contra Junior, con tres defensores y no los cuatro que señalaban sus éxitos de finales de los 80 y 90 (y, por analogía, el esquema que representaba su “identidad”). El tema se presta para ahondar en ejemplos pero no quiero alargar mi crítica. Lo único que me falta por decir ahora es que los jugadores de hoy no deben encerrados en la historia, puede servir como referente pero nunca como medidor invariable. En una próxima columna ampliaré mi forma de ver el balompié.
Dilo- Junio de 2005
Junio de 2005
¿Nacional ganó porque recobró su identidad? Falacia total. ¿Colombia tuvo un respiro en las Eliminatorias porque retomó sus “raíces”? Gran mentira de los próceres del fútbol criollo y de sus defensores acérrimos.
En 2002 (durante la realización del Mundial de Corea y Japón) leí una columna de Hugo Gallego en la que, textualmente, decía que “Brasil será grande cuando recupere la memoria... Jugando como su historia le exige huirá definitivamente de los fantasmas que por su ignorancia (traicionar su identidad) (sic.) lo persiguen y no lo dejan dormir hace mucho rato”. Qué pena con el señor Gallego (y perdón por no haberlo refutado antes), y con todos lo que creen ciegamente que un equipo sólo puede ganar si clona lo hecho en épocas pasadas, pero Dunga (el jugador menos “brasilero” que capitaneó a su conjunto en el Mundial de Estados Unidos) comandó la ruptura de la sequía de 24 años, cosa que no consiguieron equipos “realmente” brasileros. Seguramente, el equipo menos brasilero de todos los tiempos.
Creo firmemente, y estoy en capacidad de citar varios casos de ejemplo, que lo que define el éxito o el fracaso de un equipo es la aplicación de un esquema adecuado para los jugadores que se tiene a disposición o que se seleccionaron. Si tengo un buen cabeceador y dos excelentes jugadores de ralla (laterales, wings, según el caso) ¿debo negar la posibilidad de basar mi ataque en el juego aéreo porque “esa no es nuestra identidad”?
De igual forma, si Noruega o Suecia llegaran a convocar a su seleccionado nacional a dos centrodelanteros de 1:70 de estatura sería demasiado absurdo continuar con su idea de buscar los cabezazos como método de gol básico (a menos que tengan una saltabilidad, tiempo y distancia pese a no ser altos).
Nacional ganó este semestre, y llegó a la final contra Junior, con tres defensores y no los cuatro que señalaban sus éxitos de finales de los 80 y 90 (y, por analogía, el esquema que representaba su “identidad”). El tema se presta para ahondar en ejemplos pero no quiero alargar mi crítica. Lo único que me falta por decir ahora es que los jugadores de hoy no deben encerrados en la historia, puede servir como referente pero nunca como medidor invariable. En una próxima columna ampliaré mi forma de ver el balompié.
Dilo- Junio de 2005
Monday, September 25, 2006
Monday, September 18, 2006
Autogol a la inocencia
Nacional anotaba y Édgar Perea decía “gol de Colombia”. Esa simple frase marcó el inicio de una confusión infantil: ¿Nacional y la Selección Colombia son el mismo equipo?
El penal de Leonel Álvarez definía el campeón de la Copa Libertadores, Atlético Nacional, y mi enredo crecía ante la frase reiterada de Perea y de los narradores radiales: “¡campeón Colombia!” Ese partido del 31 de mayo de 1989, en lugar de resolver algunas de las inquietudes que abundan en la mente de un niño de cinco años como yo, derribó la aparentemente indestructible barrera entre fantasía y realidad. ¡Qué afortunado fui al no aclarar mis dudas ese día!
El jugador del Olimpia de Paraguay Fidel Miño marcaba en su propio arco. Mi madre y mi abuela gritaban emocionadas “¡autogol!” De inmediato creí ver un carro cruzando la cancha de El Campín, producto de recordar a la serie televisiva El auto fantástico, que veía sin falla por aquella época.
¿Vale el doble un gol hecho por un auto?, me preguntaba al ver que ellas, Wbéimar Muñoz y Édgar Perea lo festejaban con una vehemencia asombrosa. No me satisfizo la explicación de que la felicidad se debía a que en las finales se definen los títulos. Era la primera vez que escuchaba que un automóvil hacía gol y esa debía ser la verdadera razón del escándalo.
SE INTENSIFICA LA DESORIENTACIÓN
Llegaban las Eliminatorias al Mundial de Italia y el caos, almacenado y dormido en mi subconsciente, abandonó su letargo. Las frondosas cabelleras de Higuita y Leonel ocupaban las pantallas de miles de televisores pero ahora en un equipo de uniforme amarillo, azul y rojo al que los comentaristas llamaban Selección Colombia.
“La recupera el volante del Atlético Nacional”, relataba Perea aunque yo no veía al uniforme verde y blanco que se suponía identificaba a ese club. Colombia y Nacional son lo mismo, concluí al ver a Luis Carlos Perea, Andrés Escobar, León Villa, “Chicho” Pérez, “Bendito” Fajardo, Juan Jairo Galeano, “Palomo” Usuriaga... en ambos casos dirigidos por Maturana, únicamente cambiando los colores de su ropa.
¿Para qué cambian de uniforme? Pues para lavarlos, porque cuando uno juega fútbol suda mucho. ¡La originalidad con la que mi imaginación completaba los datos faltantes me sigue causando gracia! Por esa época yo alternaba la camiseta amarilla con la de líneas verdes y blancas, supuestamente por las mismas razones que lo hacían los jugadores.
Un día caminaba por la calle tomado de la mano de mi madre, pateando cada piedra que se ponía en mi camino (queriendo emular el saque de meta de René Higuita contra Danubio, que sirvió de pase- gol al Palomo). Luego de patear el pavimento, una niña tocó mi camiseta amarilla con escudo rojo y me preguntó: “¿usted de quién es hincha?” El dolor despertó y únicamente atiné a gritar: “¡se me hincha el dedo gordo!”
Mi madre, creyendo que estaba burlándome de la niña, me pellizcó y contestó con firmeza: “es hincha de Nacional”. ¿Cómo así que soy hincha de Nacional? ¿Y qué es ser hincha?, decía para mis adentros. Y de los labios de esa niña salió una frase que, en lugar de dejarme tranquilo, introdujo en mi lista de pensamientos cuestiones más profundas: “Yo por el rojo Medallo me hago matar”.
Aparte de entender que el rojo, el verde y el amarillo eran distintos supe que para muchos el portar unos colores los convertía en enemigos de quienes usaban otros, en contraste con la inocencia de la niña que aunque sabía cosas que yo ignoraba estaba más confundida. Ella no se enteró de lo mágico que es ver carros en la cancha ni del sentido de cambiar las camisetas por la necesidad higiénica de lavarlas. Y yo nunca debí dejar de ver carros jugando fútbol, de ponerme una camiseta roja mientras la verde la estaba sucia.
La linda alianza entre lo real y lo fantástico se desmoronó cuando entendí que un autogol no sólo puede significar auto que hace gol. Al ver a Andrés Escobar tendido en la grama del estadio Rose Bowl y levantarse tomando su cabeza en señal de decepción incluí en mi diccionario la acepción jugada que puede significar derrota y eliminación. Al verlo tendido y no poder lamentarse me fue imposible no relacionar autogol con muerte y añadirlo al léxico como hecho involuntario que puede traer consecuencias irreversibles. Por eso quisiera ver el fútbol como cuando tenía cinco años.
Dilo.
El penal de Leonel Álvarez definía el campeón de la Copa Libertadores, Atlético Nacional, y mi enredo crecía ante la frase reiterada de Perea y de los narradores radiales: “¡campeón Colombia!” Ese partido del 31 de mayo de 1989, en lugar de resolver algunas de las inquietudes que abundan en la mente de un niño de cinco años como yo, derribó la aparentemente indestructible barrera entre fantasía y realidad. ¡Qué afortunado fui al no aclarar mis dudas ese día!
El jugador del Olimpia de Paraguay Fidel Miño marcaba en su propio arco. Mi madre y mi abuela gritaban emocionadas “¡autogol!” De inmediato creí ver un carro cruzando la cancha de El Campín, producto de recordar a la serie televisiva El auto fantástico, que veía sin falla por aquella época.
¿Vale el doble un gol hecho por un auto?, me preguntaba al ver que ellas, Wbéimar Muñoz y Édgar Perea lo festejaban con una vehemencia asombrosa. No me satisfizo la explicación de que la felicidad se debía a que en las finales se definen los títulos. Era la primera vez que escuchaba que un automóvil hacía gol y esa debía ser la verdadera razón del escándalo.
SE INTENSIFICA LA DESORIENTACIÓN
Llegaban las Eliminatorias al Mundial de Italia y el caos, almacenado y dormido en mi subconsciente, abandonó su letargo. Las frondosas cabelleras de Higuita y Leonel ocupaban las pantallas de miles de televisores pero ahora en un equipo de uniforme amarillo, azul y rojo al que los comentaristas llamaban Selección Colombia.
“La recupera el volante del Atlético Nacional”, relataba Perea aunque yo no veía al uniforme verde y blanco que se suponía identificaba a ese club. Colombia y Nacional son lo mismo, concluí al ver a Luis Carlos Perea, Andrés Escobar, León Villa, “Chicho” Pérez, “Bendito” Fajardo, Juan Jairo Galeano, “Palomo” Usuriaga... en ambos casos dirigidos por Maturana, únicamente cambiando los colores de su ropa.
¿Para qué cambian de uniforme? Pues para lavarlos, porque cuando uno juega fútbol suda mucho. ¡La originalidad con la que mi imaginación completaba los datos faltantes me sigue causando gracia! Por esa época yo alternaba la camiseta amarilla con la de líneas verdes y blancas, supuestamente por las mismas razones que lo hacían los jugadores.
Un día caminaba por la calle tomado de la mano de mi madre, pateando cada piedra que se ponía en mi camino (queriendo emular el saque de meta de René Higuita contra Danubio, que sirvió de pase- gol al Palomo). Luego de patear el pavimento, una niña tocó mi camiseta amarilla con escudo rojo y me preguntó: “¿usted de quién es hincha?” El dolor despertó y únicamente atiné a gritar: “¡se me hincha el dedo gordo!”
Mi madre, creyendo que estaba burlándome de la niña, me pellizcó y contestó con firmeza: “es hincha de Nacional”. ¿Cómo así que soy hincha de Nacional? ¿Y qué es ser hincha?, decía para mis adentros. Y de los labios de esa niña salió una frase que, en lugar de dejarme tranquilo, introdujo en mi lista de pensamientos cuestiones más profundas: “Yo por el rojo Medallo me hago matar”.
Aparte de entender que el rojo, el verde y el amarillo eran distintos supe que para muchos el portar unos colores los convertía en enemigos de quienes usaban otros, en contraste con la inocencia de la niña que aunque sabía cosas que yo ignoraba estaba más confundida. Ella no se enteró de lo mágico que es ver carros en la cancha ni del sentido de cambiar las camisetas por la necesidad higiénica de lavarlas. Y yo nunca debí dejar de ver carros jugando fútbol, de ponerme una camiseta roja mientras la verde la estaba sucia.
La linda alianza entre lo real y lo fantástico se desmoronó cuando entendí que un autogol no sólo puede significar auto que hace gol. Al ver a Andrés Escobar tendido en la grama del estadio Rose Bowl y levantarse tomando su cabeza en señal de decepción incluí en mi diccionario la acepción jugada que puede significar derrota y eliminación. Al verlo tendido y no poder lamentarse me fue imposible no relacionar autogol con muerte y añadirlo al léxico como hecho involuntario que puede traer consecuencias irreversibles. Por eso quisiera ver el fútbol como cuando tenía cinco años.
Dilo.
Así veía el fútbol mi abuela
El televisor de perilla blanco y negro cambiaba de canal cuando un partido iba a iniciar. “A mí no me gusta el fútbol”, aseguraba antes de que yo me fuera a la otra habitación a disfrutar del encuentro deportivo. La emoción del gol la contagiaba y era casi inevitable que el canal diera la vuelta para quedarse hasta el pitazo final.
El aparato fue sustituido en otras dos oportunidades desde los años 80 pero nunca su actitud. Desde las Eliminatorias y el Mundial de Italia 90, pasando por los mundiales de Estados Unidos, Francia y Corea y Japón vi de cerca cómo su aparente apatía por los pases, las jugadas individuales y las goleadas inesperadas era para evitar que yo la sometiera al fusilamiento de datos, como fechas de partidos y nombres de jugadores.
Admiraba la sonrisa de Ronaldinho Gaúcho cuando erraba un gol, la capacidad de hacer goles bonitos de Aristizábal (o Víctor, como le dijo una vez para que yo le dijera ¡eh, qué confiancita!) y la sencillez de Iván Ramiro Córdoba. Lloró con la muerte de Andrés Escobar, rió con las victorias de Nacional y Once Caldas en la Copa Libertadores y se identificó con la situación de Luis Fernando Montoya.
“Uno no poderse mover, si es lo peor que le puede pasar”, se quejaba, cuando el dolor del cáncer invasivo atacaba con dureza su rodilla derecha. El último partido que observó fue el que coronó campeón al Atlético Nacional, enfrentando a Santa Fe.
Postrada en la cama de mi casa, el lugar que la mantuvo casi inmóvil durante los últimos meses de su enfermedad observaba a su amor platónico Fernando Niembro (periodista de Fox Sports), a quien soñé llevar a visitarla y con quien me tomé una foto que no salió en el rollo revelado en aquel 2002.
Cada Mundial, mientras yo iba al colegio o universidad, tomaba una lista con los caramelos que me faltaban para llenar los álbumes y se iba a comprar. Cuando yo llegaba me decía ¿ya revisó el álbum? Y yo entendía que el camino para llenarlo se había acortado.
Se alegraba con cada artículo mío que veía publicado, con cada intervención radial que escuchaba, con cada contacto con las estrellas del balompié que yo le narraba. Quería verme profesional y, justo cuando terminé materias en la universidad, empezó a decaer y a agonizar.
Siempre estuvo pendiente de su Selección Colombia, aunque me dijera que le fastidiaba ver fútbol. Cuando me ausentaba era ella quien me contaba quién había ganado y con la lista de anotadores a mi disposición, sin que yo se lo hubiera pedido. Yo sabía que su control remoto ubicaría el canal del partido del día, mientras yo estuviera por fuera. Y sé que continúa enterándose de los marcadores, aunque su corazón haya dejado de latir del 1 de julio de 2005.
DILO
El aparato fue sustituido en otras dos oportunidades desde los años 80 pero nunca su actitud. Desde las Eliminatorias y el Mundial de Italia 90, pasando por los mundiales de Estados Unidos, Francia y Corea y Japón vi de cerca cómo su aparente apatía por los pases, las jugadas individuales y las goleadas inesperadas era para evitar que yo la sometiera al fusilamiento de datos, como fechas de partidos y nombres de jugadores.
Admiraba la sonrisa de Ronaldinho Gaúcho cuando erraba un gol, la capacidad de hacer goles bonitos de Aristizábal (o Víctor, como le dijo una vez para que yo le dijera ¡eh, qué confiancita!) y la sencillez de Iván Ramiro Córdoba. Lloró con la muerte de Andrés Escobar, rió con las victorias de Nacional y Once Caldas en la Copa Libertadores y se identificó con la situación de Luis Fernando Montoya.
“Uno no poderse mover, si es lo peor que le puede pasar”, se quejaba, cuando el dolor del cáncer invasivo atacaba con dureza su rodilla derecha. El último partido que observó fue el que coronó campeón al Atlético Nacional, enfrentando a Santa Fe.
Postrada en la cama de mi casa, el lugar que la mantuvo casi inmóvil durante los últimos meses de su enfermedad observaba a su amor platónico Fernando Niembro (periodista de Fox Sports), a quien soñé llevar a visitarla y con quien me tomé una foto que no salió en el rollo revelado en aquel 2002.
Cada Mundial, mientras yo iba al colegio o universidad, tomaba una lista con los caramelos que me faltaban para llenar los álbumes y se iba a comprar. Cuando yo llegaba me decía ¿ya revisó el álbum? Y yo entendía que el camino para llenarlo se había acortado.
Se alegraba con cada artículo mío que veía publicado, con cada intervención radial que escuchaba, con cada contacto con las estrellas del balompié que yo le narraba. Quería verme profesional y, justo cuando terminé materias en la universidad, empezó a decaer y a agonizar.
Siempre estuvo pendiente de su Selección Colombia, aunque me dijera que le fastidiaba ver fútbol. Cuando me ausentaba era ella quien me contaba quién había ganado y con la lista de anotadores a mi disposición, sin que yo se lo hubiera pedido. Yo sabía que su control remoto ubicaría el canal del partido del día, mientras yo estuviera por fuera. Y sé que continúa enterándose de los marcadores, aunque su corazón haya dejado de latir del 1 de julio de 2005.
DILO
Saturday, September 16, 2006
Bladimir Fernández Lopera
El campeón también recibe golpes
Una hepatitis lo alejó dos años de las competencias. Una tuberculosis lo mantuvo otros dos años prácticamente sin actividades físicas, con un estricto tratamiento de año y medio con inyecciones y pastillas. Jugando fútbol recreativo se lesionó y, posteriormente, fue operado de un menisco de su rodilla derecha: tres años en los que debió asistir a los torneos sólo como entrenador y juez.
Más parece el sumario clínico de varios pacientes que la enumeración de tres enfermedades padecidas por el campeón mundial de artes marciales. 14 inconvenientes físicos, contabilizados uno a uno, tiene en su exitosa vida deportiva Bladimir Fernández Lopera. “Así como mi cuerpo se ha enfermado también se ha recuperado”, afirma el padre de Sara, una estudiante de octavo grado en el Colegio Riquelme, cinturón rojo en taekwondo y hapkido y practicante de kickboxing.
Bladimir Fernández, al obtener un dinero por sus buenos resultados en los comienzos de una carrera ascendente, compró una moto para transportarse. Luego de entregarla a los hombres que pretendían robársela, Fernández recibió varios disparos. El más perjudicial de ellos: uno en el brazo derecho que requirió intervención quirúrgica y 8 meses de recuperación.
Su filosofía, extractada de las artes marciales, la superación a sí mismo y el rechazo a la venganza y el odio hacia el otro, ha levantado a Bladimir de las múltiples caídas, ninguna más poderosa que su fuerza interior. En diciembre del año pasado obtenía el título de campeón mundial de artes marciales, certamen en el que superó a judokas, karatecas, entre otros, todos bajo un reglamento unificado.
Ese mismo mes, marcado por la intención de retirarse definitivamente a nivel competitivo, falleció la motivadora de Bladimir: su madre. Sin sufrimiento, de un infarto fulminante, y luego de ver a su hijo coronarse en Argentina, dejó de existir la fanática de Bruce Lee, afición que contagió a Bladimir Fernández Lopera.
Ese espíritu combativo lo llevó a levantarse de la más fuerte caída de su vida y revalidar, en Brasil, su condición de campéon: un ganador no es quien no cae sino quien sabe levantarse.
CS. DILO
Una hepatitis lo alejó dos años de las competencias. Una tuberculosis lo mantuvo otros dos años prácticamente sin actividades físicas, con un estricto tratamiento de año y medio con inyecciones y pastillas. Jugando fútbol recreativo se lesionó y, posteriormente, fue operado de un menisco de su rodilla derecha: tres años en los que debió asistir a los torneos sólo como entrenador y juez.
Más parece el sumario clínico de varios pacientes que la enumeración de tres enfermedades padecidas por el campeón mundial de artes marciales. 14 inconvenientes físicos, contabilizados uno a uno, tiene en su exitosa vida deportiva Bladimir Fernández Lopera. “Así como mi cuerpo se ha enfermado también se ha recuperado”, afirma el padre de Sara, una estudiante de octavo grado en el Colegio Riquelme, cinturón rojo en taekwondo y hapkido y practicante de kickboxing.
Bladimir Fernández, al obtener un dinero por sus buenos resultados en los comienzos de una carrera ascendente, compró una moto para transportarse. Luego de entregarla a los hombres que pretendían robársela, Fernández recibió varios disparos. El más perjudicial de ellos: uno en el brazo derecho que requirió intervención quirúrgica y 8 meses de recuperación.
Su filosofía, extractada de las artes marciales, la superación a sí mismo y el rechazo a la venganza y el odio hacia el otro, ha levantado a Bladimir de las múltiples caídas, ninguna más poderosa que su fuerza interior. En diciembre del año pasado obtenía el título de campeón mundial de artes marciales, certamen en el que superó a judokas, karatecas, entre otros, todos bajo un reglamento unificado.
Ese mismo mes, marcado por la intención de retirarse definitivamente a nivel competitivo, falleció la motivadora de Bladimir: su madre. Sin sufrimiento, de un infarto fulminante, y luego de ver a su hijo coronarse en Argentina, dejó de existir la fanática de Bruce Lee, afición que contagió a Bladimir Fernández Lopera.
Ese espíritu combativo lo llevó a levantarse de la más fuerte caída de su vida y revalidar, en Brasil, su condición de campéon: un ganador no es quien no cae sino quien sabe levantarse.
CS. DILO
Friday, September 15, 2006
SEBASTIÁN MARÍN
Por: Diego Londoño Galeano
El ingeniero Jairo Gómez no sabía que jugaba la última partida de su vida. El reloj agotaba los últimos segundos de tiempo disponible, luego de 3 horas de lucha sin palabras. Sebastián Marín agachaba su rey y le daba la mano al Ingeniero, símbolos usados en el ajedrez para reconocer una derrota. Jairo Gómez, luego de ganar, estrechaba su mano derecha con la de Marín, dejaba caer el vaso que tenía en su izquierda, se desplomaba y moría de un infarto.
Varios jugadores del Club Karpov intentaron auxiliarlo pero en el camino a la clínica notaron que Gómez estaba sin vida. Ese instante quedó grabado en la mente del jugador antioqueño Sebastián Marín. Un lustro después de ocurrida, esa escena hace parte de los recuerdos curiosos de su carrera, como cuando, con 10 años, vencía a rivales de 30 ó 40 y los sacaba de casillas: uno de ellos, de apellido Aristizábal, llegó a exteriorizar su rabia y malestar tumbando todas las piezas del tablero en las dos ocasiones en que lo enfrentó y perdió.
Marín, haciendo gala de la caballerosidad que lo caracteriza en el ajedrez, aceptaba con serenidad esas muestras de impotencia de sus contrincantes luego de vencerlos. Él mismo ha sufrido derrotas dolorosas en momentos cumbres que lo han hecho llorar y no en sentido figurado: en 2003, y con 17 años, estaba a un paso de ser el campeón nacional Sub-20 (sólo debía ganar una de las dos últimas partidas: perdió una, empató la otra); a los 18 era el virtual rey de la categoría Sub-20 pero, luego de igualar en el primer lugar, cayó en el desempate; en 2005 era el favorito pero perdió ante Ronald Villa, a la postre campeón del torneo.
También el año pasado iba como líder del Panamericano Sub-20 en Cali, Colombia. Su rival, compatriota y amigo era David Arenas, quien lo venció en la quinta ronda y se convirtió, con 13 años de edad, en el Maestro Internacional más joven en la historia del ajedrez colombiano. Estas derrotas impulsan a Sebastián Marín en lugar de desanimarlo. Ya se ha comprobado a sí mismo el talento que poseee, derrotando a rivales de la categoría de Jaime Cuartas, Sergio Barrientos y Johan Echavarría.
Javier Marín, un filósofo que además de padre es el motivador de Sebastián, le repite el poema Itaca, de Constantino: “…Si vas a emprender el viaje hacia Itaca, pide que tu camino sea largo, rico en experiencias, en conocimiento… Llegar allí es tu meta, mas no apresures el viaje, mejor que se extienda largos años y en tu vejez arribes a la isla con cuanto hayas ganado en el camino, sin esperar que Itaca te enriquezca”.
A pocos días de cumplir 21 años, Sebastián Marín ha llegado con paso firma al ajedrez español, logrando su primera norma de Maestro Internacional en el Magistral de Zaragoza. Aunque su padre cree que todavía vienen mejores cosas para “Sebas” o “Tatán”: “Yo le digo a Sebastián que puede fracasar 100 veces, pero a la 101 va a triunfar. Todas las horas de esfuerzo, de empeño, todo lo que él haga por salir adelante se va a ver reflejado, tarde o temprano. Y él le pone mucho empeño a lo que hace”.
DILO
Wednesday, August 30, 2006
Carlos Roa
Sufrió de paludismo, se recuperó de un cáncer y se retiró del fútbol por creencias religiosas. En un viaje a Zaire, África, en 1990, el arquero argentino contrajo paludismo. Estuvo cerca de morir. Por esa recuperación fue meritorio su ascenso deportivo y su llegada a la selección.
En 1998 estuvo en la cumbre de su carrera al jugar al Mundial de Francia. Y no se limitó a estar presente: sus actuaciones como titular del arco gaucho son célebres. Fue el directo responsable de la eliminación de los archirrivales de las Malvinas, al atajarles los penales a los ingleses David Batty y Paul Ince.
Carlos Roa recibió propuestas de clubes grandes de Europa, incluida una del Manchester United por una cifra tentadora. Todas las rechazó por su religión: Dios vale más que diez millones de dólares”, dijo en ese momento.
“Lechuga” Roa decidió entregarse a su Iglesia Adventista del Séptimo Día y, con tal de retenerlo en su nómina, el Mallorca de España aceptó incluir en su contrato una cláusula en la que el golero podría jugar cualquier día menos los sábados. “En mi religión el sábado se dedica a ayudar a los demás, visitar colegios, enfermos”.
Luego de años de reflexión se sintió con la necesidad de retribuirle al Creador la oportunidad de salvarse del paludismo: “Fue en una gira por África. Y mirá que sin las vacunas no podés salir del país. Estaba por hacer contrato con Racing y al final no firmé. Igual viajé, pero fui mal, deprimido y a lo mejor me agarró el mosquito. Me picaron millones, como a todos, pero me agarré a la enfermedad llegué acá y volaba de fiebre. Te ataca la sangre y se aloja en los vasos. A mí me agarró el más fuerte, el más complicado”
Luego de un tiempo sabático alejado del fútbol cambió de opinión y volvió a jugar en el año 2000. El paludismo y una lesión crónica en el hombro que lo tuvo ausente 9 meses del fútbol, no serían los únicos los únicos padecimientos de Roa. El disciplinado arquero se ausentó de los entrenamientos del Albacete y un rumor sobre una posible enfermedad creció. Meses después, “Lechuga” Roa apareció públicamente sin sus característicos barba y largo cabello, tras someterse a sesiones de quimioterapia por un cáncer en un testículo.
“Miles de veces me dan ganas de meter todos los recuerdos en un baúl y hacer de cuenta que no pasó nada. En otros, pienso en eso y me da fuerzas. Lo único que sé es que cuando empecé a sentirme mejor, lo único que quise fue jugar al fútbol”.
En 2004 entrenó a los arqueros del Constancia de la Tercera División española. En 2005, y con 36 años, volvió a jugar profesionalmente con el Olimpo de Bahía Blanca. Y los sábados y en la Semana Santa de cada año cuenta cómo venció a sus enfermedades.
Monday, August 28, 2006
Ramiro "Chocolatín" Castillo
El 25 de julio de 1993 Brasil perdía su primer partido por Eliminatorias a un mundial de la historia. Bolivia vencía 2-0 a los auriverdes y les propinaba un sorpresivo golpe a quienes serían los campeones mundiales al año siguiente. Bolivia clasificaba por primera vez a un mundial pues sus participaciones del 30 y del 50 habían sido por invitación.
En ese equipo, además de Carlos Leonel Trucco, Marco Antonio “El Diablo” Etcheverry, Erwin “Platiní” Sánchez y Julio César Baldivieso, estaba un callado, extremadamente tímido centrocampista: Ramiro Castillo, quien dio emotivas declaraciones para la televisión boliviana con su hijo de 3 años, José Manuel, a sus hombros.Apodado Chocolatín, Castilllo había sido uno de los pocos futbolistas de raza negra en actuar en River Plate de Argentina, donde estuvo entre 1990 y 1991.
Antes del Mundial de Estados Unidos 94, el club argentino Huracán servía de sparring a la selección boliviana y el hoy periodista de Fox Juan Pablo Varsky sufría una de sus mayores vergüenzas profesionales: “le pregunto al Chocolatín Castillo cuándo regresará al fútbol argentino. Le nombro todos los clubes por los que pasó, me mira con cara rara y me dice: “estoy jugando en Platense hace seis meses”. Esa pregunta y esa respuesta no saldrían al aire producto de la magia de la edición. Lo que sí vería un amplio número de aficionados sería el Mundial USA 94, en el que Bolivia, con Chocolatín entre los convocados por Azcargorta, caería ante Alemania y España e igualaría con Corea del Sur.
El 29 de junio de 1997 los ojos de parte del mundo se dirigían nuevamente hacia el fútbol del Altiplano. Brasil y Bolivia se volverían a enfrentar, esta vez por la final de la Copa América. Chocolatín Castillo realizaba ejercicios de calentamiento previos al juego pero recibía una noticia que lo haría olvidarse de que esa tarde estaría en contra de Cafú, Ronaldo y Denilson. Su hijo mayor, aquel que las imágenes del 93 mostraban en sus hombros, estaba hospitalizado, producto de una hepatitis. Castillo se fue donde su hijo y permaneció con él hasta su muerte, dos días después. Bolivia perdía con Brasil la final pero sería la pérdida de su hijo el motivo de la profunda depresión que padecería Chocolatín.
Menos de tres meses después, el 18 de octubre de 1997, Ramiro “El Chocolatín” Castillo tomaría una de sus corbatas, en su domicilio del barrio Achumani, al sur de La Paz, y la utilizaría para ahorcarse. A sus 31 años, El Chocolatín puso fin a su vida por no reponerse de la muerte de José Manuel Castillo, su primogénito.
Sunday, August 27, 2006
Palomo Usuriaga
Lo apodaron Palomo cuando asistió a una fiesta del barrio 12 de octubre de Cali vestido con pantalón, medias y zapatos blancos. Superaba los 1:90 de estatura y era dueño de una notable fortaleza en el cabezazo. Un año en el Atlético Nacional fue suficiente para quedar inscrito en las páginas doradas del equipo antioqueño.Proveniente del Cúcuta, como Faustino Asprilla, y con experiencia previa como vendedor de periódicos, al igual que Víctor Aristizábal, obtuvo lo que esta dupla campeona del 91 dejó como asignatura pendiente: el título de la Copa Libertadores.Albeiro Usuriaga, “Usu” o “El Palomo”, con sus zancadas largas, letal veneno para quien se hallaba en su contra, ayudó al Independiente de Avellaneda a ganar la Supercopa 94 y a Nacional la Libertadores 89. Cómo van a olvidar los hinchas verdes el vuelo del Palomo rumbo al gol, el aleteo de sus invisibles alas que superaban en altura a las manos del arquero Ever Hugo Almeida. Sería una gran falta de memoria para esos mismos aficionados haber borrado de sus mentes los 4 goles contra el Danubio, para encumbrar al verde al triunfo.El 30 de octubre de 1989 El Palomo cubría sus alas con el uniforme amarillo, azul y rojo. 5 días antes había anotado el 1-0 a favor de la selección colombiana sobre Israel, tras ingresar por Bernardo Redín. Esta vez volvía a reemplazar a Redín en el estadio de Tel Aviv pero no lograba romper el 0-0. Colombia retornaba a los mundiales después de 28 años, con aquella anotación del Palomo. Usuriaga sería suplente en el América de Ochoa Uribe, excluido de la nómina llamada por Maturana al Mundial de Italia y pasaría sus últimas temporadas como jugador en el anonimato que tiene un joven delantero del Cúcuta. Sus alas futbolísticas no volvieron a aletear y sus alas humanas fueron cortadas en el barrio humilde de su Cali, el que vio crecer su plumaje: la metamorfosis de Albeiro en El Palomo. Usuriaga fue asesinado a inicios del año 2004, en su querido barrio 12 de octubre, pero sus logros deportivos lo mantendrán vivo por años.
Saturday, August 26, 2006
Goran Vlaovic
Milana, una ex Miss Croacia, se iniciaba como periodista y entrevistaba al delantero de la selección de fútbol de su país Goran Vlaovic. Los televidentes notaron una química fuerte entre ambos y no se equivocaron: meses más tarde se anunciaría la boda como una de las del año en Zagreb. Encuestas en distintos medios de comunicación mostraban que muchos croatas veían la relación como una pasión efímera pero esta vez no acertaron: aparte de su fe inmensa en Dios, Goran tuvo el apoyo de su mujer en varios momentos difíciles que pusieron a prueba el amor que juraban tenerse.En 1995 el jugador de 23 años sufría un accidente de tránsito y, en el hospital donde lo atendían le descubrieron un tumor cerebral, técnicamente definido como “hipertensión endocrónica benigna”. El en ese momento atacante del Pádova de Italia fue sometido a una operación que ponía en riesgo su vida. La afición deportiva esperaba con ansias que Vlaovic saliera con vida de la intervención, pues las esperanzas de volverlo a tener con en una cancha eran casi nulas. Pero lo que algunos denominaron milagro se dio: el mismo año, el 3 de diciembre de 1995, Goran Vlaovic reapareció en el encuentro Pádova- Fiorentina que perdió su equipo 0-1.De ahí en adelante vendrían los mejores momentos en la carrera del jugador croata: en junio de 1996 sería contratado por el Valencia de España, disputaría la Eurocopa de Inglaterra y, en 1998, sería tercero del Mundial de Francia con la debutante Croacia, haciendo dupla de ataque con el goleador Davor Suker.Pero el camino de Vlaovic tuvo más obstáculos que sobrepasar antes de cumplir su sueño infantil de jugar un mundial: a los 13 años sufrió una rotura en la tibia y debía ser operado pero no quiso. 2 meses más tarde volvió a jugar sin ninguna molestia. “Fue un milagro, Dios quería que me dedicara al fútbol”. Y por el fútbol abandonó el seminario, al que había ingresado 3 años antes queriendo seguir los pasos de un sacerdote tío suyo. Por el fútbol abandonó los estudios de Economía, cuando supo lo difícil que era alternar academia y deporte. Tampoco niega que por el fútbol conoció a su mejor amigo Igor Cvitanovic, con quien jugó en el Croatia Zagreb y en la Selección y que por ser futbolista fue entrevistado por una bella mujer, que sigue siendo su esposa
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