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Friday, November 10, 2006

Último amor inocente

¿Quién te gusta del salón? Pilar le preguntaba a Diego en clase de Educación Física. Él quería responderle que ella pero la conversación fue interrumpida. “Jóvenes: vamos a practicar pases en grupos de a tres personas”, dijo el profesor Juan Guillermo.

Sebastián Pérez tomó un balón de voleibol y se dirigió hacia el rincón del patio donde Pilar y Diego hablaban. “Muchachos: voy a practicar con ustedes”, expresó Sebastián. “Diego, te hice una pregunta”, recordó Pilar, ignorando la sugerencia de ensayar lo aprendido. “Después te cuento”, dijo Diego, tomando el balón que había llevado Sebastián.

¿Quién habrá mandado a preguntar?, pensaba Diego, mientras se pasaba el balón con Sebastián. “Sebas, ¿a vos quién te gusta del salón?” Pilar trasladó la pregunta a quien sería el líder de conquistas femeninas en la generación que ese 1995 iniciaba el bachillerato.

“Vos me gustás”, respondió con firmeza Sebastián. “¿Y a vos quién te gusta”, insistió Pilar en conocer la versión de Diego. “Me gusta Carolina y me gusta Diana…Ah, y vos también me gustás”, le respondió. “Pero no lo dijiste muy seguro”, replicó Pilar.

“Ustedes han hablado toda la clase. Diego: venga para el grupo de acá”, dijo el profesor, señalando a Juan Pablo, Daniel y Giovanny. La última clase de la tarde finalizó sin que Diego y Pilar concluyeran su conversación. Diego salió ese viernes hacia su casa, sin despedirse de su amiga.

En el camino pensaba en la insistencia de Pilar en saber quién le gustaba. Seguro que alguna le mandó a preguntar, especulaba, antes de que un compañero de salón lo llamara. “Diego, esperá”, René, el menos querido por los estudiantes de 6° H. “Estoy enamorado”, le dijo sin hacer algún preámbulo. “¿Y de quién?”, preguntó Diego. “De Pilar”, dijo René, con un brillo en los ojos que no lo dejaba mentir.

“La niña es bonita, pero tampoco e algo del otro mundo”, reflexionaba Diego. “Suerte, Diego”, se despedía René, antes de subirse al transporte escolar. Diego continuó su recorrido por la Carrera 84 de Medellín, hasta llegar a su casa. El lunes siguiente Diego y Pilar se volvieron a ver en el salón estaban enamorados de Pilar. Pero él no lo estaba.

Sin embargo, ese lunes Pilar y él chocaron tres veces la mirada. A sus 12 años, ella era consciente de que ejercía atracción en el sexo opuesto y no perdía oportunidad de observar quién sería el próximo en quedar “flechado”. En clase de Sociales, Pilar volteó tres veces hacia su lado derecho y, como giraba de forma rápida, Diego no pudo desviar su atención de ella.


La jornada de ese día transcurrió sin novedad hasta las 6:30 de la noche, hora de salida. A Diego le correspondía organizar las sillas del salón, dejando las filas ordenadas. Una labor que hubiera sido igual a la de los demás días de esa semana si no hubiera detallado una frase en la silla de Pilar: “Diego L., te amo”, decía en la silla número 24. El nombre y la inicial de su apellido escritos con las letras de Pilar aclaraban el deseo de saber si era correspondida.

No la había mandado nadie. Esa niña, la única del salón que tenía en su cintura y pecho las primeros señales de estar convirtiéndose en mujer, la de cara y cuerpo perfectos, estaba enamorada de Diego. O por los menos era lo que decía en su silla.

Esa noche Diego llamó Juan David a contarle su hallazgo. “Si vos no le mostraste interés el día que ella te preguntó, ya la perdiste con Sebastián”, le aseguró Juan David, atándose a los antecedentes y precedentes, que indicaban e indicarían que cuando a Sebastián le gustaba una niña, los demás se debían resignar a ver cómo suspiraban por él.

Diego pensó que Juan David tenía la razón al afirmar tajantemente que él no tenía opción con semejante competencia. El martes la clase era en el Planetario y Diego estaba convencido de que esa ocasión no sería desaprovechada por Sebastián. Lo que había leído el día anterior no era suficiente para llegar con seguridad a preguntarle a Pilar si era cierto.

Diego entró a buscar dónde sentarse. “Diego, vení para acá”, dijo Pilar, señalando un puesto vacío que guardaba para él. Lo saludó de pico, medio en la mejilla, medio en la boca y Diego presintió lo que pasaría el resto de la función.

Comparaciones entre la espiral de un caracol y las escalas de los palacios dormían al profesor de Sociales y a los alumnos. Más tarde, inició la proyección de la historia de las estrellas, conocida por los alumnos con anterioridad, pero que para Diego y Pilar tendrían un significado distinto a las explicaciones en un aula de clase.

Una imagen de muchas estrellas dio paso a una sola. “Diego, ¿has escuchado que cuando hay una sola estrella en el cielo uno puede pedir un deseo?”, dijo Pilar. “Quiero darle un beso a la niña más linda del salón”, le dijo Diego en secreto. “Es malo reprimir deseos”, dijo Pilar, antes de iniciar el intercambio de fluidos que se extendería hasta el final de la proyección.

Diego ya había besado a varias niñas, pero la sensación con la niña que todos deseaban era distinta. Pilar fue su novia hasta noviembre de ese 1995, cuando se despidieron, al terminar el año escolar. En 1996, María del Pilar Morales estaba en la lista de 7° H, el mismo grupo de Diego. Pero en su nombre decía que la matrícula había sido cancelada.

Pilar se fue a vivir al exterior y, 9 años después, Diego no la ha vuelto a ver. Él recuerda ese amor como la última relación inocente de su vida y se consuela ante la frase que le repite Sebastián: “fuiste el único del colegio que le dio un beso a Pilar”.

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