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Monday, September 18, 2006

Autogol a la inocencia

Nacional anotaba y Édgar Perea decía “gol de Colombia”. Esa simple frase marcó el inicio de una confusión infantil: ¿Nacional y la Selección Colombia son el mismo equipo?

El penal de Leonel Álvarez definía el campeón de la Copa Libertadores, Atlético Nacional, y mi enredo crecía ante la frase reiterada de Perea y de los narradores radiales: “¡campeón Colombia!” Ese partido del 31 de mayo de 1989, en lugar de resolver algunas de las inquietudes que abundan en la mente de un niño de cinco años como yo, derribó la aparentemente indestructible barrera entre fantasía y realidad. ¡Qué afortunado fui al no aclarar mis dudas ese día!

El jugador del Olimpia de Paraguay Fidel Miño marcaba en su propio arco. Mi madre y mi abuela gritaban emocionadas “¡autogol!” De inmediato creí ver un carro cruzando la cancha de El Campín, producto de recordar a la serie televisiva El auto fantástico, que veía sin falla por aquella época.

¿Vale el doble un gol hecho por un auto?, me preguntaba al ver que ellas, Wbéimar Muñoz y Édgar Perea lo festejaban con una vehemencia asombrosa. No me satisfizo la explicación de que la felicidad se debía a que en las finales se definen los títulos. Era la primera vez que escuchaba que un automóvil hacía gol y esa debía ser la verdadera razón del escándalo.

SE INTENSIFICA LA DESORIENTACIÓN

Llegaban las Eliminatorias al Mundial de Italia y el caos, almacenado y dormido en mi subconsciente, abandonó su letargo. Las frondosas cabelleras de Higuita y Leonel ocupaban las pantallas de miles de televisores pero ahora en un equipo de uniforme amarillo, azul y rojo al que los comentaristas llamaban Selección Colombia.

“La recupera el volante del Atlético Nacional”, relataba Perea aunque yo no veía al uniforme verde y blanco que se suponía identificaba a ese club. Colombia y Nacional son lo mismo, concluí al ver a Luis Carlos Perea, Andrés Escobar, León Villa, “Chicho” Pérez, “Bendito” Fajardo, Juan Jairo Galeano, “Palomo” Usuriaga... en ambos casos dirigidos por Maturana, únicamente cambiando los colores de su ropa.

¿Para qué cambian de uniforme? Pues para lavarlos, porque cuando uno juega fútbol suda mucho. ¡La originalidad con la que mi imaginación completaba los datos faltantes me sigue causando gracia! Por esa época yo alternaba la camiseta amarilla con la de líneas verdes y blancas, supuestamente por las mismas razones que lo hacían los jugadores.

Un día caminaba por la calle tomado de la mano de mi madre, pateando cada piedra que se ponía en mi camino (queriendo emular el saque de meta de René Higuita contra Danubio, que sirvió de pase- gol al Palomo). Luego de patear el pavimento, una niña tocó mi camiseta amarilla con escudo rojo y me preguntó: “¿usted de quién es hincha?” El dolor despertó y únicamente atiné a gritar: “¡se me hincha el dedo gordo!”

Mi madre, creyendo que estaba burlándome de la niña, me pellizcó y contestó con firmeza: “es hincha de Nacional”. ¿Cómo así que soy hincha de Nacional? ¿Y qué es ser hincha?, decía para mis adentros. Y de los labios de esa niña salió una frase que, en lugar de dejarme tranquilo, introdujo en mi lista de pensamientos cuestiones más profundas: “Yo por el rojo Medallo me hago matar”.

Aparte de entender que el rojo, el verde y el amarillo eran distintos supe que para muchos el portar unos colores los convertía en enemigos de quienes usaban otros, en contraste con la inocencia de la niña que aunque sabía cosas que yo ignoraba estaba más confundida. Ella no se enteró de lo mágico que es ver carros en la cancha ni del sentido de cambiar las camisetas por la necesidad higiénica de lavarlas. Y yo nunca debí dejar de ver carros jugando fútbol, de ponerme una camiseta roja mientras la verde la estaba sucia.

La linda alianza entre lo real y lo fantástico se desmoronó cuando entendí que un autogol no sólo puede significar auto que hace gol. Al ver a Andrés Escobar tendido en la grama del estadio Rose Bowl y levantarse tomando su cabeza en señal de decepción incluí en mi diccionario la acepción jugada que puede significar derrota y eliminación. Al verlo tendido y no poder lamentarse me fue imposible no relacionar autogol con muerte y añadirlo al léxico como hecho involuntario que puede traer consecuencias irreversibles. Por eso quisiera ver el fútbol como cuando tenía cinco años.

Dilo.


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