Punto fatídico en el área
El arco, motivo de ataques y defensas. Los delanteros lo intimidan con su presencia cercana, los defensores enfocan sus esfuerzos por alejar el esférico de él y hacen que se sienta rechazado: claro está, lo diría si tuviera la facultad de comunicarse con los humanos. El arquero, su auténtico responsable ante la negativa de defensores por acercarse y de delanteros por tratarle con alguna dosis de cariño, era su único guardián. Y era, usando el pasado como tiempo verbal, porque incluso ahora ellos viven en función de derrotarlo. El arco, ante cualquier descuido de su vigilante principal es perforado, pero permanece sereno, casi sin mayor movimiento cuando se infla ante el ingreso del balón: el arquero se gana los insultos por permitir la euforia rival.
La entrada de un atacante, sin importar quien lo derribe, es un castigo para el celoso amigo del arco. Mirada profunda al cobrador, piernas y manos que señalan posible sitio de lanzamiento y el duelo se ejecuta. Atletas con sufrimientos al margen, equivocaciones evidentes al ojo público, 12 pasos no son el acto exclusivo de su padecimiento. Pero, al menos, por eso los conocemos.
Y África descubrió a Europa
Las piernas tiemblan:
Torcía sus rodillas como si se fuera a desbaratar. El movimiento incesante en sus piernas tenía como objetivo poner nervioso al delantero italiano. El arquero le ganó el duelo a Graziani, deteniéndole el penal. Liverpool obtenía el campeonato europeo, derrotando a la Roma, gracias a Bruce Grobelaar. El portero nacido en la africana nación de Zimbabwe había llegado al conjunto inglés en 1981 y, tres años más tarde, patentaba su estilo de desconcentrar a los rivales en los cobros, incluso haciendo el ridículo.
Grobelaar había sido duramente criticado a su llegada a Anfield, cuando los aficionados no compartían su excéntrico estilo, contrario a la sobriedad exhibida por Ray Clemente, el anterior portero del club, quien no arriesgaba y prefería estar tranquilo bajo los tres palos.
Algunos diarios ingleses lo bombardearon de recriminaciones por, según ellos, “poner al borde de un infarto a los hinchas”, pero el africano de calvicie prematura y piel blanca se fue ganando el respeto por su buena técnica con los pies. En 1987 logró un récord de 10 partidos sin recibir gol, sólo equiparado por el actual titular del arco de Liverpool, el español Pepe Reina.
Grobelaar tapó en más de 600 juegos con Liverpool, equipo con el que obtuvo 13 títulos importantes. Sin embargo, su nombre se vio empañado por su supuesta aceptación de dinero por dejarse hacer tres goles, en la derrota 3-0 de su equipo ante el Newcastle, en 1993. La larga batalla legal dictaminó que era culpable, en 2001, luego de que el sensacionalista diario The Sun suministrara pruebas que lo comprometían, no sólo en este partido sino en otros. En 2002 la Cámara de los Lores dictó sentencia a favor de Grobelaar.
Las piernas locas revivieron:
En el primer semestre de 2005 el arco del Liverpool era defendido por el polaco Jerzy Dudek, en la final de la Champions League contra el AC Milan. Dudek logró atajar dos penales, emulando los gestos y movimientos de piernas del arquero de Zimbabwe. “Jamie Carragher se acercó a mí antes de los penales y me dijo que recordara a Bruce Grobelaar y sus movimientos de piernas, que hiciera lo mismo que él y los pusiera nerviosos”. Por imponer un estilo, los arqueros que retuerzan sus piernas antes de un penal serán considerados imitadores del llamado “piernas de espagueti”.
Lechuga Roa: los ingleses lo sufrieron
Sufrió de paludismo, se recuperó de un cáncer y se retiró del fútbol por creencias religiosas. En un viaje a Zaire, África, en 1990, el arquero argentino contrajo paludismo. Estuvo cerca de morir. Por esa recuperación fue meritorio su ascenso deportivo y su llegada a la selección.
En 1998 estuvo en la cumbre de su carrera al jugar al Mundial de Francia. Y no se limitó a estar presente: sus actuaciones como titular del arco gaucho son célebres. Fue el directo responsable de la eliminación de los archirrivales de las Malvinas, al atajarles los penales a los ingleses David Batty y Paul Ince.
Carlos Roa recibió propuestas de clubes grandes de Europa, incluida una del Manchester United por una cifra tentadora. Todas las rechazó por su religión: Dios vale más que diez millones de dólares”, dijo en ese momento.
“Lechuga” Roa decidió entregarse a su Iglesia Adventista del Séptimo Día y, con tal de retenerlo en su nómina, el Mallorca de España aceptó incluir en su contrato una cláusula en la que el golero podría jugar cualquier día menos los sábados. “En mi religión el sábado se dedica a ayudar a los demás, visitar colegios, enfermos”.
Luego de años de reflexión se sintió con la necesidad de retribuirle al Creador la oportunidad de salvarse del paludismo: “Fue en una gira por África. Y mirá que sin las vacunas no podés salir del país. Estaba por hacer contrato con Racing y al final no firmé. Igual viajé, pero fui mal, deprimido y a lo mejor me agarró el mosquito. Me picaron millones, como a todos, pero me agarré a la enfermedad llegué acá y volaba de fiebre. Te ataca la sangre y se aloja en los vasos. A mí me agarró el más fuerte, el más complicado”
Luego de un tiempo sabático alejado del fútbol cambió de opinión y volvió a jugar en el año 2000. El paludismo y una lesión crónica en el hombro que lo tuvo ausente 9 meses del fútbol, no serían los únicos los únicos padecimientos de Roa. El disciplinado arquero se ausentó de los entrenamientos del Albacete y un rumor sobre una posible enfermedad creció. Meses después, “Lechuga” Roa apareció públicamente sin sus característicos barba y largo cabello, tras someterse a sesiones de quimioterapia por un cáncer en un testículo.
“Miles de veces me dan ganas de meter todos los recuerdos en un baúl y hacer de cuenta que no pasó nada. En otros, pienso en eso y me da fuerzas. Lo único que sé es que cuando empecé a sentirme mejor, lo único que quise fue jugar al fútbol”.
En 2004 entrenó a los arqueros del Constancia de la Tercera División española. En 2005, y con 36 años, volvió a jugar profesionalmente con el Olimpo de Bahía Blanca. Y los sábados y en la Semana Santa de cada año cuenta cómo venció a sus enfermedades.
René Higuita: arquero antipenales (entrevista)
“Yo estaba dispuesto a pasar la noche tapando y tapando. Esto de los penales es pura concentración y así estuve en esa serie”, recuerda, con voz nostálgica y mirada en el horizonte, como buscando la lejanía del tiempo en el espacio. René Higuita, arquero colombiano que ahora actúa en la Segunda División de su país en el Club Rionegro, fue la estrella de la final de la Copa Libertadores 1989.
Atlético Nacional de Medellín ganaba la primera Libertadores para Colombia en su historia, con la consagración de Higuita, atajando cinco de los penales cobrados por el Olimpia de Paraguay en la definición en Bogotá, tras la remontada de Nacional.
René, si un arquero joven se le acerca y le pregunta cuál fue su clave para convertirse en experto en detener penales, ¿usted qué le diría?
“Por lo general un penal atajado es producto de una mala ejecución. Sin embargo la virtud del arquero tiene incidencia, es indudable. Por eso les diría que se pongan frente al arco en los entrenamientos y reciban disparos, para adquirir la habilidad de acertar, para que su intuición de ponga en uso”.
Higuita, además de los penales mencionados en la final de la Libertadores 89, atajó penal en el Mundial de Italia 90 contra Yugoslavia y tiene, en su palmarés, atajadas en Copa América y Libertadores, donde también expuso sus dotes como cobrador.
Usted ha estado en la condición de cobrador, ¿qué tanto puede favorecer el haber experimentado convertir y errar un penal? ¿Realmente existe una ventaja si lo comparamos con los arqueros que no suelen ejecutar desde los 12 pasos?
“Considero que es una real ventaja. Aunque no lo he hecho por esa razón. Cobro penales y tiros libres como expresión de mi sentir, me gusta hacerlo y esa es la única razón”.
¿Es distinto ser vencido por otro arquero en un penal? (Chilavert le anotó en la Eliminatoria a Italia 90 y Pedro Rodríguez, en un juego Nacional vs. Pereira, partido en el que Higuita anotó de tiro libre)
“No descalifico a los arqueros sobrios, que prefieren mantenerse en su sitio, pero soy del estilo de los locos (sonríe y continúa el relato): Chilavert es uno de ellos. Pero no quiere decir que me sienta peor al recibir gol de un colega que de un jugador de campo. En esencia gol es gol”.
Penales, ¿suerte? (opinión)
Me molesta la idea recurrente de que la suerte es la que decide. Muchas derrotas son señaladas en la historia como productos del azar, agentes externos sin explicación lógica. El cobro de los penales es una de las acciones del fútbol denominadas como portadoras de un alto porcentaje de fortuna y se deja de perfeccionar en su recepción, por parte de los arqueros, y su ejecución, por otorgarle a esos factores el papel preponderante y tomarlos como decisivos.
No quiero significar, de ninguna manera, que el hecho de prepararse, de corregir deficiencias y agrandar virtudes implica eliminar el error. El error es un elemento sine qua non de cualquier actividad humana y de toda actividad deportiva, donde el acertar y fallar están entrelazados de forma perpetua. Lo que sí es seguro es que la repetición de movimientos y el análisis crítico de falencias garantizan mayor probabilidad de acierto.
Dejo a la suerte, en caso de que exista, en las últimas casillas de las razones para fallar un penal. Ubico, antes que la suerte a factores muy comunes en la competencia: nerviosismo, capacidades del receptor o arquero (intuición, velocidad de reacción…), condiciones del terreno que afecten al jugador, entre muchas otras.
Definitivamente, cuando yo vaya a cobrar un penal, acción poco probable si consideramos que ser futbolista profesional jamás estuvo en mi proyecto de vida, voy a preparar ese momento con días de antelación. Eso sí: espero ser avisado y que no me vaya a resbalar en el camino hacia el balón.
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