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Monday, July 01, 2013

Hace 8 años te fuiste

Mi abuela Betty y yo

Hoy se cumplen 8 años de la muerte de mi abuela. Acá tomo un fragmento de un texto que escribí para mis vecinos en 2005, cuando murió quien, seguramente, fue la persona que más influyó en mi formación. 


 “¿Y usted cómo se llama señora?”, preguntaba el bebé Diego a una mujer de 49 años. “Betty Muñoz”, decía ésta sin saber que señalaría una especie de segundo bautizo, hecho por un ser de meses, en el que la palabra abuela desaparecería, dando cabida a un sentimiento de casi madre y una complicidad infinita. Ni abuela, ni mamita, simplemente Muñoz. El corto vocabulario de un infante que comenzaba a hablar presagiaba que esos términos eran muy poco para lo que representaría en su vida.

“Así nadie crea en usted yo sí”, era la frase sincera que lo consolaría cuando sentía que no era suficiente ser el mejor estudiante y esforzarse inútilmente por corregir su malgenio para encontrar amor verdadero. Muñoz disfrutaba su imperfección, lo quería por lo que era y el resto por lo que hacía. 

Hogar, casa o vivienda nueva

Las Hermanitas Calle entonaban sus canciones en el Diamante 2000 en aquel 1987. El olor a carne asada subía las escalas e invadía cada espacio del primer piso del edificio, donde unos nuevos habitantes se instalarían por años. Betty, su hija Doris y su nieto Diego abrían la puerta de entrada al patio, un espacio de matas que sufriría múltiples transformaciones en uso y composición. Lugar donde Betty divisó varios eclipses, cuando la edificación llegaba hasta el segundo piso, el tercero como terraza, y Torres de la Iglesia, el edificio del lado, era una espesa manga, que, por efecto de la caída de globos, se incendiaría durante varios diciembres.

Abrirían la segunda puerta, reconocería al reducido espacio y definirían que Muñoz y Diego compartirían habitación y Doris aguardaría en la otra por Orlando, quien permanecía en los Estados Unidos.

El segundo piso estaba ocupado por una familia que la acogió como parte de ellos: invitaciones a sus fincas, fiestas, fueron pruebas de aceptación irrefutables en Doña Luz, Don Aureliano, Lucelly, Alba y toda su numerosa familia, incluida Catalina, la novia de varios años de infancia de Diego, y su hermano Juan Pablo.

Esa carne de la entrada del edificio ayudaría a caerse a algunos dientes de leche a Diego a fortalecer temporalmente la ilusión del Ratón Miguelito. Muñoz se dolía cuando Diego veía, ocultado debajo de la cama de Doris, su traído y el de Fernando, entendía la realidad y, luego de contar su hallazgo a Muñoz y Doris, iría a contarle a Fernando, su vecino, lo que había descubierto.

“Cuando estabas en la guardería no pensé que te iba a ver en la escuela, cuando estabas en la escuela no pensé que te iba a ver en el colegio, cuando estabas en el colegio no pensé que te iba a ver en la universidad, cuando empezaste la universidad no pensé que te iba a ver terminar”, dijo con sentimiento profundo de casi madre que demostraba por qué vivió justo cuando Diego terminó materias de su primera carrera.

1 de julio de 2005.

Gracias a todos los que estuvieron en esos momentos, los últimos y los de antes, mis vecinos que siempre recuerdo y a quienes mencioné en el texto completo en 2005: Luz, Aureliano, Lucelly, Alba, Juan Pablo, Catalina y toda su familia; Marina, Humberto, Fernando, Maribel, Alejandro y el resto; Miriam, Jorge y toda su familia; Gabriel; Eugenia; María Eugenia, Mario, Jorge Eduardo, Mariela, Juan Diego, Óscar y los demás; Sol Ángel, Marina, José y los demás familiares; Martha, Gladis, Herminia, Mira y las demás amigas de Muñoz; Consuelo, Fabio, Wilmar, Katherine y los demás familiares; Kenny, Katiana, Cristian; Rocío, Clara y esa amistad de años con nosotros; Teresita, Javier, Sebastián, Mary Luz, María Camila y los demás. 

A todos mis amigos y vecinos de infancia, que serán mis amigos por siempre: Mauricio Uribe, Daniel Vélez, Fernando Atehortúa, Wilmar Ramírez, Juan José y Sebastián Marín, Jorge Eduardo Vélez, José Duque, Henry Loaiza, Steven Herrera, Sebastián Correa, Diego Pino y tantos otros con quienes jugué fútbol, de domingo a domingo, durante muchos años. 


1 comment:

Catalina said...

Diego, no pude evitar que mis lágrimas salieran cuando leí esto. Porque recordé mucho a mi abuela. Ella también era mi cómplice, era más que una madre. Mi abuela, cuando era niña y a medida que pasaban los años decía "¿Será que estoy aquí para cuando te confirmes?", "¿Será que estoy aquí cuando entres a la universidad?" "¿Será que estoy aquí para cuando te gradúes como geóloga?"...

Y finalmente, habiendo estado en todos esos momentos de mi vida, cuando viajé a Panamá, cada vez que iba a Colombia de visita se despedía de mí como si fuera la última vez que me iba a ver. Yo sin embargo, tenía el presentimiento de que Dios me permitiría estar con ella en el momento de la verdadera despedida. Y así fue. Gracias a Dios pude estar junto a ella todos y cada uno de los días de su convalecencia, hasta el último día en que sus ojos vieron el sol.

Tu abuela debe sentirse muy orgullosa de ese gran nieto que tiene. Seguramente debe estar disfrutando de un lugar muy especial en el cielo. Pero más importante es ese lugar tan especial que tiene en tu corazón, ese vale más que cualquier cielo.