Escribir para mentes cerradas, pulir argumentos que no serán
entendidos. Pretender incidir en miradas que niegan a abrirse, posturas
fanáticas que se rehusan a ser permeadas.
¿Escribo para ser entendido? Pensar en semejante cuestión,
al parecer indigna de consideración, hace que la frustración visite mi mente. Genera
impotencia el carecer de la claridad en el lenguaje que asegure lograr algún
efecto en un cerebro torpe, ingenuo o, probablemente, decidido a no recibir
mensaje alguno que cuestione sus arraigadas creencias.
Desgasto mi mente para construir de forma sencilla y directa;
una mente ajena no estará en capacidad o disposición de recibir. Pienso en esa
mirada parca, limitada y considero detenerme, incrustarme en ese cerebro,
pensar así: no pensar.
¿Qué tan válido será ignorar el camino transitado, los
argumentos construidos, las conexiones producidas tras analizar? ¿Dejar de lado
lo conocido y pensar en no pensar por un instante? Una lucha interna, las ideas
son fuertes y no puedo ignorarlas: el no pensar no es alternativa.
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