POR: DIEGO LONDOÑO GALEANO
¿Cuáles elementos son de evidente necesidad pedagógica?
”…Lo primero que se inculca a esa colectividad es que en aquello que se trae entre manos no se juega la vida, no es trascendental, definitivo. Con respecto al espectáculo deportivo, ésta es la primera acción educadora e informadora que es menester introducir. No es cuestión de vida o muerte. Se gane o se pierda, en realidad no pasa nada. Partiendo de esa convicción, los términos imperantes en la respiración de la masa, pueden apartarse de los primitivismos agresivos…” (Muñoz Ceballos, 2005).
A veces exageramos la trascendencia de un partido de fútbol, como si fuera la vida misma. Nada más alejado de la realidad. Es indudable que los medios de comunicación se ven favorecidos de esa dramatización del espectáculo, de esa hipérbole de la contienda deportiva: si el partido es “de vida o muerte”, frase repetida hasta la saciedad como si se tratara de una realidad irrefutable, es lógico que sea casi una obligación estar pendiente de su resolución, de ver ese partido como si se tratara de un hecho trascendental para el futuro de la humanidad. El efecto producido en muchos de los lectores, oyentes, televidentes o radioescuchas, con su tendencia de identificación simbólica extrema (a un color, a un uniforme característico, a un grupo de jugadores y de compañeros de barra y una maquinaria de idolatría de atletas), es el asumir de manera extrema, tal cual los medios presentaron la información, un simple partido de fútbol.
Ahora el tema de análisis sería: ¿por qué el Comunicador exagera la trascendencia de un compromiso de fútbol? Uno de los escenarios posibles es el no entender que ese reforzamiento a la creencia masificada constituye una de las razones que tiene el fanático para justificar la agresión al simpatizante del equipo contrario y hasta su predisposición a exponer su propia integridad si el resultado no fue favorable a su conjunto (la derrota es equivalente a la muerte, en esa sobrevaloración de un compromiso deportivo).
El otro elemento que puede ubicarlo como autor de la hipérbole, el partido de fútbol, el juego del balompié como elemento de vida o muerte, es aquella exacerbación hecha de manera consciente, voluntaria y con un interés netamente de impacto que represente crecimiento en su fama personal- profesional, o ingresos producto de la captación de una mayor audiencia (o, incluso, fidelización de quienes son su público más o menos habitual): esos aficionados estarán más prestos a escuchar, ver o leer información de tal evento si su idea de trascendencia (vida o muerte en juego) es avivada por el periodista, lo que representará un mayor rating y, por consecuencia, mayores ingresos por conceptos de publicidad: algo lamentable en el análisis, viéndolo desde el punto de quienes favorecen que esos contenidos sean avalados, es que los empresarios poco miran el perjuicio social que trae el patrocinar espacios con esa lógica de enfoque, ignorando la responsabilidad social y pensando exclusivamente, de forma egoísta, en una vitrina masificada para exponer sus productos o servicios.
Rol del periodista en el contexto del fútbol espectáculo:
Un Comunicador sensato en este contexto debe aportar en el entendimiento de la realidad: "…Azuzar a un público hacia las apetencias primitivas del triunfo, es una tarea vulgar que no exige relieve profesional... El informador deportivo no sólo ha de responder a lo que el pueblo pide sino que ha de orientar al pueblo acerca de valores que están latentes en sus aficiones y que quizá no haya descubierto", como enuncia el maestro del periodismo deportivo Wbéimar Muñoz Ceballos. De ahí que un ejercicio profesional de la comunicación en el fútbol deba propender por un mejor entendimiento del juego, aportando elementos útiles para la sociedad.
El ensayista colombiano William Ospina habla de la imposibilidad de catalogar como educativo a un aspecto condicionado por lo comercial. En el tema de los medios de comunicación la lógica del mercado implica que se ofrecerán contenidos dañinos si eso garantiza que haya una retribución económica en ello. Es decir, si un programa tiene contenidos terribles pero una buena audiencia y, por ende, buenas posibilidades de venta de pauta publicitaria, los directivos del medio, en una buena parte de los casos, no dudarán en ponerlo al aire.
Esa marcada predilección hacia lo monetario exige aún mayor compromiso social de quienes tienen la labor de informar. En la cuestión específica de la violencia entre los aficionados al fútbol la dramatización del encuentro futbolístico, uno de los aspectos que más incentivan el éxito económico de dicho producto, se convierte en un detonante significativo. El periodista, quien ejerce un considerable grado de influencia sobre la opinión pública, debería marcar una distancia de esos intereses mercantilistas y propiciar una afición crítica: al final del partido, al final del torneo, se gane o se pierda la realidad no se altera.
Así como es un error suponer que todos los encuentros violentos tienen la lógica de la influencia mediática, admitiendo que tampoco es un aspecto de menor valía, también lo es pensar que las únicas agresiones relacionadas con hinchas de fútbol son aquellas que ocurren dentro de los estadios o en zonas cercanas. En esa vía, sería un avance reconocer dos aspectos que suelen ser desmentidos por los medios: no entender como delincuentes disfrazados de hinchas, sino como hinchas que agreden, y no entenderse como pocos, sino como un grupo considerable de individuos que, por múltiples razones, exceden su afiliación con determinado colectivo.
Si partimos de ese precepto de que toda la violencia en el fútbol es producto de agentes externos, como efectivamente ocurre en varios casos, estamos excluyéndonos de la posibilidad de aportar desde nuestro ejercicio responsable de la profesión. Tenemos el poder de aportar en la generación de aficionados críticos, reflexivos, con criterio y respeto por la diferencia. En esos aficionados que piensan que la vida depende de un partido tenemos una labor pedagógica por emprender: la vida propia y la ajena tienen un valor incalculable, nada comparable con la felicidad o tristeza de un resultado futbolístico: algo que no dejará de ser un asunto eventual y dinámico.
“…llevan años yendo al estadio sagradamente, amparan a sus equipos con la compra fiel de las boletas, usan camisas, distintivos, los siguen por buena parte de la geografía nacional, llevan tatuado su nombre y su escudo, cantan y brincan en las graderías sin parar, ¿qué otra cosa pueden ser sino, justamente, hinchas?”. Así se detalla, muy acertadamente, en el diario El Mundo de Medellín, en el especial sobre barras publicado el domingo 10 de abril de 2011.
El fútbol en la sociedad mediática
“Con el fútbol, en particular, los periodistas deben ser muy cuidadosos. Los medios han hecho del deporte un altar de ídolos (algunos con pies de barro). Los deportistas son figuras públicas con alto grado de reconocimiento. Y, algo más complicado, los periodistas han entrado a hacer parte de ese altar. También ellos son figuras, también son seguidos por hordas de aficionados pendientes de sus juicios de valor. Sus conceptos se tornan fácilmente en preceptos indiscutibles. En múltiples ocasiones se llega al extremo de que el hincha prefiere no opinar sobre un tema deportivo hasta no escuchar el punto de vista de su periodista preferido.
…los medios han llevado el deporte hacia varias instancias. Primero era una manifestación lúdica y ahora es una confrontación de orgullos, una empresa de gran magnitud, una muestra de poderío social” (Muñoz Ceballos, 2005).
Se transmite fútbol de manera amplia porque a muchas personas les interesa el fútbol y a muchas personas les interesa el fútbol porque es un deporte que se transmite de manera amplia: en esta dinámica de doble vía los medios de comunicación inciden notablemente en las aficiones de la población. ¿Habría igual afición al fútbol si los medios no le hubieran otorgado tanto espacio durante décadas? Tendríamos que experimentar con una mirada de apoyo a la diversidad deportiva, para encontrarnos con una creciente afición a otras disciplinas que han estado al margen o, al menos, con un cubrimiento mínimo.
“Ahora pueden ver los partidos millones de personas, y no sólo los millares que caben en los estadios. Los hinchas se han multiplicado y se han convertido en posibles consumidores de cuanta cosa quieran vender los manipuladores de imágenes” (Eduardo Galeano, 1995- El fútbol a sol y sombra).
En la sociedad, en la educación y en el deporte (el fútbol para el caso) se nos enseña a ser competitivos, idea que trae consigo algunos aspectos que no se deben pasar por alto: el perder y el ganar, resultados de la competencia, y cómo se asumen esas condiciones. Del afán de ganar (un aspecto natural del humano) surgen transgresiones como la deshonestidad, el irrespeto a la autoridad y el engaño, todas ellas presentes en un espectáculo como el fútbol. El comunicador, en medio de la inmediatez con la que debe digerir y presentar múltiples hechos noticiosos, se convierte en un agente reforzador de ideas que aportan para que la opción de una mirada reflexiva del aficionado sea eliminada o, cuando menos, eclipsada: se justifica al defensor porque su agresión sirvió para que el equipo contrario no anotara y se felicita al delantero que simuló una infracción pues de esa acción surgió la anotación de la victoria: se piensa en el fin y no en el cómo.
El regionalismo y el nacionalismo también aparecen como elementos que condicionan los análisis: el que comete una falta contra el equipo de su región es un criminal, mientras que el del conjunto propio que lo hace tuvo una muestra de hombría y fortaleza, una postura para nada equitativa.
Es obvio que no se trata de eliminar los elementos competitivos que tiene el deporte de manera inherente: la otredad, el encontrarse con otro, es lo que hace viable el deporte. Dentro de esa confrontación, de hecho, se pueden resaltar los asuntos cooperativos inmersos en él, la estructura grupal, la división de funciones, la sinergia en búsqueda de un objetivo común. Dentro de ese grupo que busca el triunfo en lo competitivo se encuentran elementos cooperativos. Es, más que evadir lo competitivo, o satanizarlo de manera evidente, reeducar conceptos dentro de él y cuestionar el cómo como un asunto no secundario: el cómo importa y desde los medios se tiene la oportunidad de guiar esa reflexión.
Otro asunto dentro del tablero es el pensar en los futbolistas como modelos de comportamiento social, como referentes para exponerlos ante nuestros niños y jóvenes: es evidente la necesidad de que su comportamiento sea, efectivamente, motivo de ser replicado y la cuestión a ahondar es quiénes y hasta qué punto lo son. Los padres, educadores y comunicadores, profesionales o empíricos, deben propiciar el análisis crítico de esos seres que circunstancialmente, y por la dinámica misma del negocio, han sido elevados a la categoría de ídolos. Si esa reflexión no se hace o es efectuada sin fundamentos será mayor el daño que el beneficio.
3 comments:
Diego, creo que la reflexión debería ampliarse un poco... llevarse al campo del periodismo especializado.
En mi caso particular puedo hablar de la divulgación científica y ver cómo esta es la que condiciona qué se considera, dentro del común de la gente, como relevante y qué no.
En cuanto a dejar a nuestros hijos, que espero no tener pronto, seguir el ejemplo de los "destacados" deportistas nacionales no creo que haya un yerro más grande en su educación. :P
Coincido en que ese es otro tema de análisis y en que acá se podría ampliar mucho más la reflexión. Son temas que se prestan para profundizar.
Lo que acá establecí fue un inicio para el debate y que puede servir como referente para una reflexión más detallada y a fondo. Hay cosas que poco nos cuestionamos, a nivel de la comunicación y a nivel de la sociedad en general.
Son varios factores, me parecen acertado sus puntos desde su visión de comunicador social y la responsabilidad en el manejo del mensaje que debe existir en este sentido.
Desde mi profesión (psicología) le añado factores como una necesidad de asociación entre personas basadas en cuestiones en común, usted mencionó el regionalismo, que sí bien no es lo determinante influye demasiado. Por ejemplo la hinchada radical de Millonarios (con nombre propio) desprecian todo aquello que no sea de Bogotá, cuando curiosamente ese equipo fue creado por un Barranquillero y curiosamente fue salvado de la bancarrota por una persona de Medellin, a los cuales los radicales azules odian a muerte. Entonces luego que? claramente una muestra de fanatismo, que conlleva a un nulo criterio, llevando a justificar acciones violentas contra otros. Porque a titulo personal esa excusa de "Son jóvenes sin oportunidades" sin saber que muchos de esos barristas son personas profesionales y con trabajos.
El tema sigue.
Pdta: Obvio esto no iba a caber en 140 caracteres. :)
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