El grupo no siempre contiene todos los elementos requeridos para un funcionamiento ideal o cercano al deseado. En el fútbol internacional es cada vez más frecuente la nacionalización de jugadores, estrategia aplicada para llenar esos vacíos que el grupo de deportistas propios no alcanza a colmar. Por citar casos puntuales, Italia ha contado con la llegada a su equipo principal del argentino Mauro Camoranessi y, más recientemente, el brasilero Thiago Motta, quien recibió el aval de la FIFA, luego de participar en las selecciones menores de su país natal. Por su parte, Alemania ha conformado una poderosa delantera con los jugadores polacos Miroslav Klose y Lukas Podolski.
Camaleón de nacionalidad
Adolfo Hitler nunca imaginó que un jugador de raza negra formaría parte de su seleccionado nacional de fútbol. Los asiáticos del pasado no aseguraron que futbolistas brasileros integrarían sus representativos nacionales. Gerald Asamoah no es alemán de nacimiento. Wagner Lopes y Alessandro Santos tampoco vivieron sus primeros días en Japón. ¿Desaparición de fronteras infranqueables o adaptación espontánea de elementos importados? Seguramente la unión de ambas.
Ciudadanos del mundo. Peregrinos del planeta tierra. Nacer en un país no es obstáculo para morir defendiendo los colores del otro. El fútbol no se aleja de los procesos opuestos de xenofobia e inmigración. Suramericanos se convierten en asiáticos y africanos en europeos. El camaleón intercontinental también cambia de color de país a país.
Estados Unidos hace honor a su nombre y en los últimos campeonatos del mundo ha empleado jugadores nacionalizados o de padres extranjeros. El holandés Ernie Stewart, el suizo Jeff Agoos, el sudafricano Roy Wegerle, el alemán Thomas Dooley y el escocés Dominic Kinnear son algunos de los “refuerzos” de otros continentes. El habla hispana que “une estados” tiene representación en Marcelo Balboa, Tab Ramos, Carlos Llamosa, Hugo Pérez, Pablo Mastroeni y Claudio Reyna, quien es hijo de portuguesa y argentino.
Combinados multinacionales luchan unos con otros para comprobar cuál mezcla étnica fue más efectiva. Holanda nutre al fútbol de su país con talentos de sus colonias, principalmente de Paramaribo, Suriname. La historia tiene exitosas incursiones de países europeos en sus colonias como el “francés” Just Fontaine, nacido en Marruecos, o el “portugués” Eusebio, nacido en Mozambique, y Holanda no aparta de ese recurso: Aron Winter, Ruud Gullit, Ulrich Van Gobbel, Edgar Davids, Clarence Seedorf y Patrick Kluivert tienen la sangre del caribe americano y la fama del atleta europeo.
La unión de accidentes y la extracción colonial ha otorgado a Francia una combinación multinacional triunfadora. David Trezeguet, de raíces argentinas, Bixente Lizarazu, quien rechazó al País Vasco pese a haber pertenecido al Athletic de Bilbao, Zinedine Zidane, de ascendencia argelina, y Lillian Thuram, Claude Makelele y Marcel Desailly, nacidos en el continente africano, cantan La Marsellesa como el himno del país que los acogió.
Cambiar de nacionalidad también puede ser el resultado de una trayectoria destacada en un país distinto al natal. Varias naciones cubren debilidades en posiciones que la generación espontánea o el trabajo de base no les otorgó. Perú no guarda rencores e incluye foráneos en su pórtico. Las suspicacias por la goleada 6-0 que les propinó Argentina en el Mundial de 1978 recayeron sobre el arquero Quiroga, argentino de nacimiento, quien recibió media decena de goles y el peso de ser considerado un traidor con su patria adoptiva. El arco peruano, luego de este episodio, continúa recibiendo ayuda de sus vecinas repúblicas. Argentina y Uruguay vieron nacer a Oscar Ibáñez y Julio César Balerio, que luego fueron peruanos, al igual que el brasileño Julinho. Sporting Cristal, Universitario y Sport Boys son los principales sitios de aterrizaje al viaje con tiquete a la “peruanización”. El seleccionado boliviano también recibe la colaboración argentina: Luis Cristaldo, Gustavo Quinteros y Carlos Leonel Trucco se han batido en La Paz como si tuvieran los “glóbulos” de la altura.
Regiones que se independizan de países y zonas que efectúan alianzas y tratados. Fragmentación y unión se conjugan en el actual mundo de contradicciones. Yugoslavia, de la que se desprendieron, entre otros, Serbia y Montenegro (luego naciones separadas), recibió la separación de Croacia y la Unión Soviética se dividió en pequeñas naciones. Estos hechos generan casos de triple nacionalidad como del mediocampista Robert Prosinecki: nacido en Stuttgart, Alemania, criado como yugoslavo y “readoptado” como croata. Prosinecki apareció con Yugoslavia en el Mundial de 1990 y con Croacia en el de 1998.
Desarrollo contrario a la disolución se da con el cambio de sentencias. La concepción de extranjero sufre la transformación a la noción de extracomunitario. Países europeos se unen y se construyen equipos italianos invadidos de franceses y españoles o ingleses conformados por portugueses y alemanes. La dieta comunitaria del Chelsea de Inglaterra llegó a aplicar una receta que incluía al holandés Ed De Goey, los franceses Desailly y Leboef, el español Albert Ferrer, el nigeriano Celestine Babayaro, los italianos Roberto Di Matteo y Gianfranco Zola, el noruego Tore Andre Flo, más el rumano Dan Petrescu, y que llegó a usar un solo ingrediente inglés: Dense Wise. Fruto de esa ley muchos tratan de ser comunitarios y se inventan familiares que nunca existieron. Pasaportes falsos son comunes en la moda de querer ser parte de la Comunidad Económica Europea y recibir los beneficios de tener doble nacionalidad.
Grupo vs. grupo: afán de demostrar superioridad
Al constituirse paradigmas de juego exitoso durante cada época histórica, la manera de plantear un grupo de jugadores no sólo influye en sus posturas internas sino que pueden representar un modelo de juego que es amoldado por otros grupos. Allí se evidencia la opción de un grupo de afectar a otros y marcar tendencias que homogenizan cierto período de tiempo.
La relación grupo- grupo en el fútbol tiene un claro componente de rivalidad. La competencia deportiva señala el interés de cada equipo por buscar la victoria y, de hecho, está contemplado en los códigos internacionales: “juega a ganar pero acepta la derrota con dignidad”, como está consignado en el Código 3 del Fair Play- Juego Limpio de la FIFA- Federación Internacional de Fútbol Asociado. Que alguno de los jugadores actúe con intenciones de perder o de no querer ganar es considerado un irrespeto a los demás integrantes del equipo, los rivales y a los aficionados, pocos o muchos, que observan el compromiso en el escenario o a través de los medios de comunicación.
Sin embargo, no significa que no se presenten acontecimientos que rompan ese “deber ser”. Uno de los momentos más polémicos en la historia del fútbol fue la victoria alemana ante los austriacos en el Mundial de España 1982. Ambos equipos clasificaron, eliminando, de paso, a Argelia. Los alemanes requerían de ganar y los austriacos no podían perder por más de un gol: el 1-0, con el desdén de los jugadores para buscar más goles, generó dudas que se confirmarían con las declaraciones de varios de los protagonistas años después, señaló el avance de ganador y perdedor a la segunda fase. En ese caso dos grupos pactaron un resultado que iba en detrimento de los intereses de un tercero.
Los refuerzos: distintos grupos, rendimientos disímiles
El hecho de tener unas aptitudes claras para la práctica deportiva no es un elemento per se para el éxito. En una visión simplista se suele pensar que la inclusión de una individualidad proveniente de otro grupo en el que fue estrella garantizará un rendimiento cercano al anteriormente exhibido. Al establecer este precepto se ignoran aspectos determinantes como el rol específico que cumple ese individuo y las interacciones puntuales que establece, situaciones que, en ambos casos, varían de un grupo a otro.
Muchas figuras rutilantes del balompié han fracasado en su adaptación a alguno o, incluso, a algunos grupos, por razones deportivas o de otra índole: porque los acompañantes no lograban “aprovecharlo” a plenitud o porque se le asignaron funciones que no resaltaban su accionar y/o condiciones extras como el tener dificultades de adaptación a la nueva cultura que redundan en un descenso en el nivel habitual y barreras del idioma (no se hablaría, en el fútbol moderno, del idioma local debido a las conformaciones plurinacionales actuales donde, incluso, se registran presencias de clubes italianos sin italianos en su formación titular).
Contrario a la lógica, el tener unas condiciones envidiables para un grupo distinto al que se pertenece no es, en la totalidad de los casos, un punto favorable para la libertad de elección que, se supondría, tienen todos los jugadores. Si bien para el tema de las transferencias de club a club es una ventaja comparativa frente a otros deportistas el tener a muchos pretendiendo sus servicios, unas mejores opciones de ingreso para los involucrados y propuestas más tentadoras en el plano monetario (con la tendencia global de cosificación del futbolista, fielmente aceptada por los estamentos laborales, los dueños del negocio y los jugadores), el contar con una gran acogida ha sido la razón para la llegada forzosa a otro grupo.
Hablando de la historia de la Copa Mundial de la FIFA se encuentran unos casos de jugadores que han “padecido” por su talento. Uno de los más extremos, y no tan citado en aquella época por las consecuencias que su publicación masiva podría significar, fue el del jugador argentino Luis Monti: luego de llegar a la final del Mundial de Uruguay 30 fue amenazado por trabajadores de Benito Mussolini, quienes le informaron que debía perder esa final ante los charrúas o lo asesinarían a él o a su madre. "En Uruguay me querían matar si ganaba y en Italia me querían fusilar si perdía", fue como describió su dilema años más tarde. El plan era que Monti perdiera esa final, la revancha de los Olímpicos de 1928, fuera odiado por los argentinos y así llegara sin problemas a representar a Italia y jugar el Mundial de 1934. Así fue: Monti llegó a Italia, como lo quería Mussolini, y ganó el certamen orbital siendo una de las más notables figuras.
Futbolistas, ¿por influencia?
Las generalizaciones conducen a juicios de valor errados. Brasil tiene, y ha tenido, equipos de alto vuelo mundial, conjuntos reconocidos tanto a nivel de clubes como de Selección, pero es un error pensar que todos los jugadores de esa nacionalidad conformarán un colectivo superior a grupos provenientes de otros lugares. Por más obvio que suene, es una creencia que ha logrado cierta aceptación y, en muchos casos, no admite discusión por parte de los interlocutores.
Si bien algunas condiciones históricas, el contexto social y el impacto mediático de ese país son puntos que propician una aparición de grupos destacados de esa nacionalidad, individualidades acopladas que construyen colectivos fuertes, sería un error de apreciación pensar que absolutamente todos los equipos brasileros tendrán un rendimiento superlativo.
Desde la misma óptica, es evidente la viabilidad de conformar un gran grupo con individualidades desarrolladas en un entorno no tan favorable. Centrando el análisis en la labor desempeñada por los seleccionadores nacionales, su éxito, en gran medida, se centra en su capacidad de elegir adecuadamente esas individualidades y, con base en sus características, conjugar las virtudes para un fin grupal: no hace falta ser entrenador para saber que esto es posible sin importar el lugar donde nacieron los deportistas.
Liga Deportiva Universitaria de Quito, el equipo más exitoso del continente en el último lustro (en únicamente 3 años -2008-2010: una Copa Libertadores, una Copa Sudamericana, 2 veces la Recopa Sudamericana y una vez subcampeón mundial de clubes, títulos codiciados por los más grandes clubes). Un caso exitoso grupal digno de ser señalado para el tema en mención, teniendo en cuenta el poco éxito histórico del fútbol ecuatoriano.
Procesos de convocatoria exitosos a los seleccionados nacionales absolutos o juveniles han posibilitado que naciones de bajo nivel histórico en el mundo futbolístico encuentren un alto rendimiento en una generación determinada: en algunas ocasiones por una aparición espontánea que no corresponde a un trabajo o proceso de base, en otras por una adecuada selección de los jugadores que no se había dado con otro líder del proceso y en otras por la conjugación armónica de roles, funciones de unas individualidades no tan descollantes por separado: la obtención de una sinergia producto de un trabajo grupal que sobrepasa el nivel de cada elemento aislado.
Recetes con países o casos aislados llenan el fútbol de una pluralidad asombrosa. Christian Vieri pudo ser un jugador del seleccionado autraliano de rugby, pero sus años en el país de los canguros le sirvieron para ser un futbolista italiano con una fortaleza física considerable. John Barnes dejó su natal Jamaica y el reggae de Kingston por el rock and roll de Liverpool y la selección inglesa. Mark Viduka se inclinó por Oceanía cuando tuvo que decidir que el mundo lo conociera como australiano o croata. Robert y Nico Kovak son conocidos por el público futbolístico como croatas, pese a que nacieron en Alemania y jugaron muchos años por el Bayern Munich. Umit Davala, Tayfur Havutcu y Yildiray Basturk nacieron en Alemania pero han representado a sus despreciados históricos de Turquía.
Asamoah figura en la Bundesliga y Emmanuel Olisadebe en el seleccionado polaco, en lugar de permanecer en su natal Nigeria. Dinero, amor, casualidad o interés. Causas variadas para que en el fútbol esté presente el camaleón de nacionalidad.
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