A sus quince años no se viste solo. Tiene melena que en ocasiones se le va al frente y le impide ver el juego con normalidad. Es negro, vivió en la calle y estuvo en un centro de rehabilitación para drogadictos.
Va en los hombros de su padre como si fuera un bebé. No es necesario observarlo durante horas para saber que es adoptado. Aunque no llevan el mismo apellido, nunca se convierte en motivo de recriminación.
El padre se llamaba Gustavo Giraldo Zuluaga. Se llamaba no por haber muerto sino porque decidió portar al equipo de fútbol que ama en su cédula de ciudadanía. Logró convertir el nombre del equipo de fútbol que ama y el suyo en el mismo.
Deportivo Independiente Medellín Giraldo Zuluaga lleva a quien considera su hijo al Estadio Atanasio Girardot desde 1992. Tres años vivió en la calle, donde conoció a su hijo y lo bautizó Medallo Campeón. Deportivo Independiente entró en el mundo de las drogas y no le encontraba sentido a la vida, luego de perder a su esposa cuando tenía siete meses de embarazo. Los médicos tampoco pudieron salvar a su hija en gestación y el dolor que da la muerte inundó, por partida doble, la vida de Deportivo.
De hocico negro, brillante, como si siempre estuviera húmedo, y casi del todo redondo, Medallo llenó el vacío del afecto perdido. A Deportivo nunca le importó la impureza racial del can. La mezcla de French Puddle y Coker Spaniel con varias razas criollas le dan el aire de perro callejero que delata su pasado. El espíritu aventurero lo llevó a acompañar a su padre al centro de rehabilitación el 25 de diciembre de 1995. Deportivo Independiente nunca olvida la fecha en que aceptó recibir ayuda con la condición de que dejaran quedar a Medallo con él.
El público grita y él ladra. En la euforia del gol es uno más. El compás de los coros, voces unidas que apoyan y rechazan con igual intensidad, se compagina con el “canto” de Medallo. Perros debajo de las tribunas y un perro en ellas: Medallo rompe con la regla de que los perros en un estadio cumplen la función de atemorizar a los agresores. En su interior, probablemente no entiende el significado de ser hincha pero se comporta como tal: va vestido de azul y rojo y ladra cada gol a favor del DIM como si la alegría humana lo contagiara.
Medallo no ha dejado la marca de sus dientes en ningún personaje del fútbol o de la farándula internacional. Tampoco ha recuperado la Copa Libertadores o la Copa América, como el perro llamado Pickles con la Copa Jules Rimet poco después de ser robada en el Mundial de 1966. La fama no se la debe a una exaltación de sus instintos caninos ni a una hazaña sin precedentes.
Debió observar, con su padre Deportivo Independiente, el triunfo del DIM ante el Pasto, que le coronó campeón luego de 45 años. Medallo no vivió durante todo ese tiempo, al igual que la mayoría de hinchas del rojo. Llevaba 10 años asistiendo a los partidos del DIM y nunca lo había visto finalizar primero de un torneo. En el año 2002 le hizo honor a su apellido Campeón.
Medallo compartió la miel de la victoria desde la capital de Antioquia, ttras la cancelación de una caravana rumbo a Pasto. El Estadio La Libertad no vio al perro en la espalda de Deportivo aquella tarde del 22 de diciembre, pero Medallo se quería montar al televisor.
En Río de Janeiro lo llaman torcedor, en Roma tifosi, en Montevideo hincha, pero en Medellín deberíamos usar más de una palabra para definirlo: es llevar a Medallo en los hombros.
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