Se dificulta el encuentro de alguien en edad de vivir con
alguien que vivió en edad las cosas que el otro apenas supone o ni considera
posibles. Ahí es donde el lenguaje no cumple su función: no es puente, no
conecta, no acerca… Se pierden en el camino dos velocidades distintas, dos
miradas diametralmente opuestas.
Y solemos culpar a los kilómetros geográficos, a la lejanía física, la menos determinante de las distancias. ¿Estaríamos cerca cambiando nuestros sitios de residencia sin variar lo que realmente nos separa?