Cata Acevedo...
La distancia unió mi alma a la tuya, sin que mi boca se redujera al terrenal ejercicio de moverla armónicamente junto a la de otro ser. Mi boca no besaba, satisfacción que sacia la sed física de contacto. Mi boca traducía, en la medida que su imperfección carnal se lo permitía, los vestigios de un cúmulo de sensaciones encerradas.
Ellas empujaban para salir y fracasaban en el intento: mi alma se encontraba en un estado de plenitud tan inconmensurable que mi boca, maldito objeto de pasión desenfrenada, no codificaba de forma acertada. Cada sílaba de amor emitida no se asemejaba a las que, intactas se conservan, en un lugar de mí que jamás se vio afectado por la geografía.
La distancia unió mi alma a la tuya, sin que mi boca se redujera al terrenal ejercicio de moverla armónicamente junto a la de otro ser. Mi boca no besaba, satisfacción que sacia la sed física de contacto. Mi boca traducía, en la medida que su imperfección carnal se lo permitía, los vestigios de un cúmulo de sensaciones encerradas.
Ellas empujaban para salir y fracasaban en el intento: mi alma se encontraba en un estado de plenitud tan inconmensurable que mi boca, maldito objeto de pasión desenfrenada, no codificaba de forma acertada. Cada sílaba de amor emitida no se asemejaba a las que, intactas se conservan, en un lugar de mí que jamás se vio afectado por la geografía.